Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
De esta manera, diversión y sociedad se conseguían con un gasto muy moderado. Pero los nacimientos de hoy raramente ofrecen diversión a los extraños, y con excepción de cantar villancicos al son de la zambomba, poco es lo que queda de las antiguas fiestas”.
Gran parte de cuanto se afirma en este interesante documento, se ha venido repitiendo en numerosas ciudades y pueblos a lo largo del siglo XIX y primeras décadas del siglo pasado. Burgueses, labradores con posibles y familias con desahogada posición económica, adquirieron sus particulares montajes y figuras. Sus hogares fueron testigos de todas aquellas celebraciones en torno al belén, llegándose a organizar rondas por parte de cuadrillas y auroros para visitar tan singulares conjuntos.
El siglo XIX: el belén a los hogares. La costumbre del montaje del belén se extendió a los hogares bien entrado el siglo XIX, en plena época romántica, de la mano de notables obras, como las del artista catalán Ramón Amadeu, pero sobre todo con pequeñas figuras de barro de gran ingenuidad.
Los belenes se convirtieron en pequeños oratorios festivos en torno a los cuales se reunían las familias, con pandereta o zambomba en las manos, el villancico en la voz, el movimiento de la danza en los pies y la alegría en los corazones.
Los belenes se convirtieron en pequeños oratorios.
Los belenes de grandes proporciones y de figuras de calidad, denominadas “de fino” fueron patrimonio de las clases más acomodadas e instituciones religiosas y se adquirían por encargo, en tanto que las “de vasto” se podían comprar en los mercadillos y tiendas, que las importaban desde tierras levantinas o granadinas.
La popularidad alcanzada por los obradores murcianos y granadinos inundó el mercado desde mediados del siglo XIX, antes de que los talleres catalanes de la escuela de Olot cautivasen con su particular visión historicista, derivada del grupo de los nazarenos, pintores alemanes que reaccionaron contra el Neoclasicismo imperante en base a los descubrimientos arqueológicos en Palestina.
En la misma sintonía, los artistas de la calle parisina de Saint Sulpice influyeron decisivamente en Cataluña en la escuela olotina con un estilo correcto, algo dulzón y con influencia de la estética nazarena.
Con esos presupuestos, numerosas instituciones y personas se decantaron por aquellas figuras, uniformizando todo lo relativo al belén, siempre desde la perspectiva orientalista. De momento, las figuras salidas de los talleres de Olot convivieron con las tradicionales de barro cocido, pero acabarían por imponerse estas últimas.