Javier Sánchez Cañizares
Investigador del Instituto Cultura y Sociedad
Sus impresionantes potencialidades nos hacen caer en la cuenta de qué significa que cada ser humano pueda emplearla para el bien o para el mal. Como explica el filósofo Charles Taylor, es imposible ser “yos” sin una referencia al bien y al mal. La IA no tiene esa referencia, pero nosotros sí.
La necesidad de una educación ética. De manera profética, Benedicto XVI advertía a comienzos de siglo del desequilibrio entre el crecimiento tecnológico y la madurez ética de nuestra sociedad. El reto que tenemos por delante, ante el que la IA nos sitúa sin escapatoria posible, es la educación ética. Y no me refiero solo a enseñar ética a nuestros hijos, sino a la educación ética de cada uno de nosotros, aquello que no se puede en modo alguno delegar.
La IA abre hasta límites insospechados el abanico de posibilidades para actuar.
La IA abre hasta límites insospechados el abanico de posibilidades para actuar. En cada una de ellas está implícita la pregunta sobre qué significa ser persona y hacer lo bueno aquí y ahora.
Resulta muy necesaria la conversación entre científicos, filósofos y juristas para un empleo seguro de la IA, pero aún más la educación personal, aquella que en el fondo no se puede imponer, sino solo inspirar. Educar es una tarea perenne: significa sacar lo mejor de cada persona. ¿Podemos confiar en la IA para ello?