Sarali Gintsburg
Investigadora del Instituto Cultura y Sociedad
“Esta es la historia de una sociedad que se hunde. Que mientas se va hundiendo no para de decirse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien. Lo importante no es la caída, sino el aterrizaje” (El Odio, Mattheu Kassovitz, 1995).
Francia ha estado sumida en una crisis durante varias semanas tras la muerte de un francés de origen argelino, Nahel Merzouk, de diecisiete años, provocada por el disparo de un policía. En la mañana del 27 de junio, una patrulla policial paró a un Mercedes para una verificación de documentos. Los pasajeros y el conductor se negaron a colaborar y este último pisó el acelerador. Uno de los dos oficiales disparó y Nakhel, sentado al volante, murió en el acto. Después llegó la conmoción. El incidente tuvo lugar en el desfavorecido suburbio parisino de Nanterre, que durante décadas ha estado densamente poblado por ciudadanos franceses no nativos.
Los disturbios masivos que se han apoderado de Francia han obligado al Gobierno de la República a tomar algunas medidas bastante drásticas. Las actividades de ocio se cancelaron en las “zonas peligrosas” y el transporte público se suspendió por la noche. También impusieron toques de queda en algunas comunidades. Nos sentimos tentados a comparar lo que está sucediendo en Francia con el movimiento Black Lives Matter (BLM).
Los disturbios masivos han obligado al Gobierno de la República a tomar algunas medidas bastante drásticas.
De hecho, aparentemente, la situación en Francia es comparable a la de los Estados Unidos: la policía detiene a un miembro de una minoría étnica, esta persona muestra desobediencia ante quien se encarga de hacer cumplir la ley, este último abusa del poder que le ha otorgado el Estado y, como consecuencia, el representante de la minoría étnica muere en el acto. Sin embargo, el caso de Francia no es tan sencillo. A diferencia de Estados Unidos, la parte más “problemática” de su población proviene de los países del Magreb, o más precisamente de Argelia. Francia mantiene con este país una larga relación de amor-odio, ya que Argelia luchó por la independencia contra la colonización francesa de 1830 a 1962.
Francia, en cambio, nunca trató a Argelia como una de sus colonias, sino como parte integrante de la República Francesa. O casi, porque esta actitud no se extendió al pueblo argelino y a su cultura. El movimiento masivo de argelinos hacia Francia comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país necesitaba mano de obra para reconstruir su economía, destruida por la contienda. El número de magrebíes empezó a crecer rápidamente y también lo hicieron los banlieues o áreas suburbanas donde residían en su conjunto. Esto dio lugar a la cultura distintiva de los beurs, un término peyorativo francés para las personas nacidas en Europa cuyos padres o abuelos son inmigrantes del Magreb.
Continuará…