Ramiro Pellitero
Profesor de la Facultad de Teología
Aquí hizo una primera referencia a las “colonizaciones ideológicas”, citó el caso de la denominada cultura de la ideología de género, o de los reduccionismos de la libertad como el insensato “derecho al aborto”, que es siempre una trágica derrota. La construcción de Europa debe estar “centrada en la persona y en los pueblos, donde haya políticas efectivas para la natalidad y la familia”.
En Hungría, concretó Francisco, la fe cristiana puede ayudar al ecuménico trabajo de “pontonero” que facilita la convivencia entre diversas confesiones con espíritu constructivo. En tercer lugar, Budapest es ciudad de santos. Santos como San Esteban, primer rey de Hungría, y Santa Isabel, además de María, reina de Hungría, enseñaron con sus vidas que “los valores cristianos no pueden ser testimoniados por medio de la rigidez y las cerrazones, porque la verdad de Cristo conlleva mansedumbre, conlleva amabilidad, en el espíritu de las Bienaventuranzas”.
Por tanto, señaló Francisco, la verdadera riqueza humana se configura por la conjunción de una sólida identidad junto con la apertura a los demás, tal como se reconoce en la Constitución húngara, que se compromete a respetar tanto la libertad y cultura de otros pueblos y naciones como de las minorías nacionales dentro del país.
Dejó el papa otros criterios, asimismo de raíces cristianas, para el momento actual de Hungría y Europa.
Esto es importante, destacó, frente a “una cierta tendencia, a veces justificada en nombre de las propias tradiciones e incluso de la fe, a replegarse sobre sí”. Al mismo tiempo, dejó el papa otros criterios, asimismo de raíces cristianas, para el momento actual de Hungría y Europa: es un deber asistir a los necesitados y a los pobres, “y no prestarse a una especie de colaboracionismo con las lógicas del poder”;
“hace bien una sana laicidad, que no decaiga en el laicismo generalizado” (que rechaza la religión para caer en brazos de la pseudo religión de la ganancia); es bueno cultivar “un humanismo inspirado por el Evangelio y encaminado sobre dos vías fundamentales: reconocerse hijos amados del Padre y amar a cada uno como hermano”; hay que afrontar la acogida de los extranjeros, de modo razonable y compartido con los otros países de Europa. Siguió esa línea en su encuentro con el clero.
Como fundamento, y raíz central de nuestra vida, hemos de mirar a Cristo: “Podemos mirar las tormentas que a veces azotan nuestro mundo, los cambios rápidos y continuos de la sociedad y la misma crisis de fe en Occidente con una mirada que no cede a la resignación y que no pierde de vista la centralidad de la Pascua: Cristo resucitado, centro de la historia, es el futuro”. También para no caer en el gran peligro de la mundanidad. Decir que Cristo es nuestro futuro no es decir que el futuro es Cristo.
Continuará…