Ricardo Fernández Gracia
Universidad de Navarra
La singularidad de la pieza radica en ser anterior a las representaciones de la imagen, todas ellas del siglo XVIII. Muestra la imagen tal y como se veneraba en la segunda mitad del siglo XVII, concretamente en 1675, año que coincide con la llegada de una presea argéntea que luce la imagen desde entonces: la media luna enviada en 1675 por don Juan de Cenoz, tesorero de la Provincia de Yucatán, según consta en una inscripción que tiene la pieza.
El hecho de que la pintura luzca el mencionado símbolo inmaculista y a la vez alusivo al burgo de San Cernin, nos hace pensar en el posible destino de esta para el generoso donante.
La pintura carece de firma y conserva una larga inscripción, fechada en 1675, en la que se conceden indulgencias por parte del obispo de Pamplona, fray Pedro de Roche.
Las imágenes religiosas, particularmente las de la Virgen, que hoy parecen objetos estáticos, dan la sensación de que siempre se habían presentado de la misma manera, lo que no es cierto, ya que la estética, el gusto y las mentalidades cambiaron sus usos y formas.
Los grandes íconos marianos fueron reproducidos en tiempos pasados.
Las venerables esculturas marianas medievales, sencillas y majestuosas, no parecieron satisfacer, en los siglos XVII y XVIII, cuando se las transformó en vestideras. Fue entonces cuando las vírgenes sedentes con el Niño en su regazo fueron reconvertidas en esbeltas imágenes de pie, mutilándolas en aquellas partes que estorbaban para vestirlas con delantales y mantos y embutidas en ropajes campaniformes. Las alteraciones en la vestimenta, adorno y tocado se ajustaron a la moda y gusto, así como a la visión de lo sagrado que tenían las gentes.
Desde el siglo XVI y más aún en las centurias siguientes, se generalizó la costumbre y moda de vestir a las imágenes por toda España, pese a las reticencias de las autoridades diocesanas. Las Constituciones Sinodales del obispado de Pamplona, publicadas en 1591, prohibían la costumbre de colocar a las imágenes “vestidos y tocados y rizos los cuales nunca usaron”.
Como imagen típicamente barroca aparece Nuestra Señora del Camino en el lienzo, con rico manto y delantal, corona y rostrillo de plata sobredorada y piedras, sin que falten algunas joyas, como una enorme cadena y una gran joya.
La peana no es la actual, sino otra anterior de mediados del siglo XVII, muy parecida a la que tuvo también la Virgen de Roncesvalles. Tampoco lo es la imagen del Niño Jesús. En ambos aspectos la pintura es un testimonio singularísimo de cómo se presentaba a los fieles la imagen entonces, cuando se veneraba en una capilla bajo el coro.
Como es sabido, la peana de plata actual fue realizada por Hernando de Yábar y Daniel Gouthier, entre 1701-1702. Posteriormente se forró la imagen de plata entre 1720 y 1721, a causa de su deterioro y la carcoma y a imitación de San Fermín, la Virgen del Sagrario, San Fermín o San Miguel in excelsis.
Finalmente, la actual figura del Niño Jesús data de 1848 y fue realizada por el platero Eugenio Lecumberri, según un plan dispuesto por el pintor Miguel Sanz Benito. No faltan sobre el altar sendos ángeles ceroferarios muy similares a los que tuvo la Virgen del Sagrario de la Catedral de Pamplona, ni las típicas lámparas colgantes.