Ramiro Pellitero
Universidad de Navarra
Y así pudo elaborar una síntesis espiritual y pastoral fecunda, centrada en la relación personal y en la caridad. Supo asimismo anunciar de nuevo el Evangelio de modo flexible y a la vez eficaz. Como conclusión de lo anterior, observa el papa: “Es lo que también nos espera como tarea esencial para este cambio de época: una Iglesia no autorreferencial, libre de toda mundanidad, pero capaz de habitar el mundo, de compartir la vida de la gente, de caminar juntos, de escuchar y de acoger”.
Es lo que realizó Francisco de Sales, leyendo su época con ayuda de la gracia. Por eso, este doctor de la Iglesia nos invita a “salir de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por las estructuras, por la imagen social, y a preguntarnos más bien cuáles son las necesidades concretas y las esperanzas espirituales de nuestro pueblo”.
“Reproponer” la libertad (en perspectiva cristiana), en el marco de la iniciativa de la gracia divina y de la colaboración de nuestra acción humana.
Reformular la cuestión de la verdadera “devoción”: no como un simple conjunto de prácticas más o menos piadosas o ascéticas, sino más bien como manifestación de la caridad, algo así como hace la llama respecto del fuego. Y, por tanto, yendo a la raíz de la devoción, que es la santidad, para todos los cristianos en cada estado de vida, también en la “ciudad secular”.
Reformular la cuestión de la verdadera ”devoción“: no como un simple conjunto de prácticas.
Presentar la vida cristiana como “éxtasis de la obra y de la vida”, en el sentido literal del término éxtasis (salir fuera). Es decir: la “alegría de la fe” que surge cuando salimos de nosotros mismos hacia Dios y los demás. Y no como un conjunto de obligaciones: “No es vivir en nosotros, sino fuera de nosotros y sobre nosotros”, en “un éxtasis perpetuo de acción y de operación”.
Ya lo había dicho el papa Francisco y ahora lo retoma: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Considerar, como criterio de discernimiento de la verdad de ese estilo de vida, la caridad con el prójimo: si no existe la caridad, los “éxtasis” de la oración pueden ser ilusorios e incluso provenir del demonio. Tener en cuenta el origen profundo del amor cristiano que atrae el corazón (pues la vida espiritual no puede existir sin afecto): “el amor (de Dios) manifestado por el Hijo encarnado”. Es decir, Jesucristo, en toda su vida y especialmente sobre la cruz. Por ello, dice este santo doctor, “el calvario es el monte de los amantes”.