Ramiro Pellitero
Universidad de Navarra
El amor, clave de la vida interior del cristiano; La carta apostólica del Papa Francisco, Totum amoris est (Todo pertenece al amor, 28-XII-2022), en el cuarto centenario de la muerte de San Francisco de Sales, sitúa el amor como origen, manifestación y meta de la vida espiritual del cristiano.
Cabe describir el contenido de la carta esquemáticamente con nueve palabras. Cuatro para describir el contexto del pensamiento y doctrina de San Francisco de Sales; y cinco que señalan sus “decisiones”. Las cuatro palabras del contexto pueden ser: afectividad, encarnación, renovación y discernimiento. Las cinco palabras en relación con sus “decisiones”: libertad, santidad, alegría, caridad y Jesucristo.
Afectividad. “Dios es Dios del corazón humano” (síntesis de su pensamiento). Importancia de integrar la afectividad en el conjunto del hombre y por tanto de la vida espiritual. “En el corazón y por medio del corazón es donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios y, al mismo tiempo, a sí mismo, su propio origen y profundidad, su propia realización en la llamada al amor”.
Este santo vive entre dos siglos: XVI y XVII.
“La fe es sobre todo una disposición del corazón”. En efecto. Y en el sentido cristiano (ya en su raíz bíblica) se entiende por corazón no primeramente un sentimiento –la fe no es algo puramente emocional–, pero tampoco ante todo ni meramente un asentimiento de tipo intelectual –que es también una dimensión de la fe– sino el todo de la persona, que abarca, por tanto, sus afectos.
Encarnación. El santo doctor rechazaba tanto el voluntarismo (que confunde la santidad con la justificación por medio de las propias fuerzas y produce una autocomplacencia privada del verdadero amor) como el quietismo (un abandono pasivo y sin afectos, que menosprecia la carne y la historia). “En la escuela de la Encarnación aprende a leer la historia y habitarla con confianza”. Una de sus lecciones primeras es que “el amor es lo que da valor a nuestras obras”; y sostiene que “todo en la Iglesia es para el amor, en el amor, por el amor y del amor” (Tratado del amor de Dios). Juan Pablo II le llamó “Doctor del amor divino”.
Renovación. Este santo vive entre dos siglos XVI y XVII. Desde el punto de vista intelectual y cultural, recoge lo mejor del siglo anterior para pasarlo al siglo posterior, “reconciliando la herencia del humanismo con la tendencia hacia lo absoluto propia de las corrientes místicas”. Todo ello, junto con una “notable dignidad teológica”: poniendo por delante la vida espiritual (la oración) y también asumiendo la dimensión de la vida eclesial (sentir en la Iglesia y con la Iglesia) en la tarea teológica. Y de este modo señala que el método teológico no se compagina con el individualismo.
Discernimiento. Descubre que en su tiempo se abre un mundo nuevo, donde también había “sed de Dios”, aunque de modo distinto a cómo había sucedido antes. A esto había que responder “con lenguajes antiguos y nuevos”. Supo leer los estados de ánimo de esa época. Decía: “importa mucho mirar la condición de los tiempos”.
Continuará…