Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
El tema de la limosna está estrechamente relacionado, en las artes figurativas, conla representación de otros como la caridad de San Martín cuando partió su capa con el pobre y otras escenas ligadas a los marginados y excluidos. Sobre estos últimos ya escribimos en este mismo periódico sendos artículos (10 y 24 de noviembre de 2017), a los que nos remitimos. En esta ocasión nos centraremos en la limosna pecuniaria y su representación en algunas obras del patrimonio navarro, en sintonía con el aforismo que recuerda: “Manos que no dais, ¿qué esperáis”.
Las monedas y sus receptáculos, representados físicamente, para glosar la limosna y la caridad, tuvieron sus mayores ecos en la época de la Contrarreforma, en donde los ideales de santidad se vincularon a las obras de misericordia y los modelos a imitar fueron los de aquellos que se despojaban de todo, también del dinero, para socorrer a pobres y necesitados.
Santo Tomás de Villanueva, en la pintura barroca y romántica: a la cabeza de estos últimos, en España, destacó la figura de Santo Tomás de Villanueva (1486-1555), agustino y arzobispo de Valencia, austero y caritativo, especialmente con huérfanos, doncellas y enfermos, canonizado en 1658. Pese a ser muy limosnero, intentaba solucionar la pobreza, dando trabajo a los pobres, con lo que hacía fructificar sus limosnas. Al respecto, escribió: “La limosna no solo es dar, sino sacar de la necesidad al que la padece y librarla de ella cuando fuere posible”.
En tierras navarras hay que mencionar las de las Comendadoras de Puente la Reina y las Agustinas Recoletas de Pamplona.
Su iconografía, como santo obispo limosnero o “santo de la bolsa”, quedó fijada, como en otros muchos casos, con base en los procesos de subida a los altares, el estandarte o tapiz de la ceremonia de su canonización en la basílica de San Pedro y las estampas que se tiraron para conmemorar el acto.
De los cinco estandartes que se colgaron en el Vaticano durante la solemne ceremonia, tres llegaron a España, concretamente a Valencia, Madrid y Zaragoza. El pasaje de su vida elegido como motivo de estos fue el de su caridad, una de las obras más queridas por la iglesia y tan ejemplarizante para los fieles, en unos momentos en que la justificación, no solo por la fe sino también por las obras, había llevado a los altares a otros como San Carlos Borromeo en su labor con los apestados de Milán, o a San Juan de Dios, entregado al cuidado de los enfermos.
Francisco de Quevedo escribió un compendio biográfico sobre Santo Tomás de Villanueva como resumen y memoria de una amplia historia que preparaba para la canonización, que tuvo gran difusión en el siglo XVII. En él leemos: “Hiciéronle luego velos y estampas por orden de Su Santidad…. Pintáronle vestido de pontifical, con una bolsa en la mano, que es el báculo verdadero de pastor que apacienta las ovejas, y donde mejor se puede arrimar un prelado para no tropezar por la senda estrecha de su oficio. La limosna es el báculo del buen obispo, donde se arriman los pobres, con que se sustentan los necesitados …”. Pintores como Murillo, Carreño y Cerezo parece que conocieron aquellas estampas y otras con el mismo tema.
Las representaciones con el mismo contenido del siglo XVII son numerosísimas. En tierras navarras hay que mencionar las de las Comendadoras de Puente la Reina y las Agustinas Recoletas de Pamplona. Un lienzo de estas últimas está firmado por Francisco Camilo, a mediados del siglo XVII, destacando su pincelada suelta y el colorido, en el que predominan los tonos verdes, amarillos y rojos, que hablan de influencias flamencas.
Asimismo, hay que mencionar por su calidad la pintura de su retablo en la catedral de Tudela, obra de Vicente Berdusán, realizada hacia 1666 por encargo del canónigo don Agustín de Baquedano.
Continuará…