lunes , 25 noviembre 2024
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El sentido de un final (II)

Javier Gil Guerrero
Investigador del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra

Estas guerras neocoloniales en las que Estados Unidos ha llevado siempre la voz cantante no han familiarizado mínimamente a los ciudadanos con la cultura militar. Siguiendo con Barnavi, en las democracias, la cultura de guerra no dura más que lo que dura la guerra, y solo si esta es una guerra total.

En los regímenes autoritarios, por el contrario, la guerra y la cultura suelen ser una misma cosa. Por definición, todo ejército es autoritario y jerárquico: un ejército democrático dejaría de ser un ejército. Por eso el occidental posmoderno siente siempre una extrañeza ante lo marcial.

Durante las graves crisis que hemos vivido en los últimos años, hemos reaccionado de forma inadecuada. Como observó cínicamente Mitterrand. “Mientras que en Occidente desplegamos manifestaciones pacifistas, en el Este despliegan misiles”.

No podemos concebir que las relaciones internacionales permanezcan en un estado de naturaleza, ni de asumir la guerra o la violencia como algo endémico.

No podemos concebir que las relaciones internacionales permanezcan en un estado de naturaleza, ni de asumir la guerra o la violencia como algo endémico.

Acostumbrados a un estado de bienestar artificial, tan regulado que ha superado con creces ese estadio, somos incapaces de comprender lo que es lo natural.

Dentro de nuestras fronteras rige un orden artificial profundamente refinado, pero fuera de ellas está el mundo descrito por Hobbes.

En Occidente, hemos asumido tan bien la eliminación del estado de naturaleza que confundimos el orden artificial creado por el Estado como algo natural.

Así, pensamos que las relaciones internacionales deberían seguir el patrón de las relaciones entre los ciudadanos de Suiza y nos escandalizamos cuando esto no ocurre La hegemonía norteamericana de las últimas décadas ha evitado que tuviéramos que confrontar la realidad.

Si el orden natural de las relaciones internacionales, como escribió Robert Kagan, es similar al de una jungla, Washington, con su hegemonía militar, económica y tecnológica, se encargó de asemejarlo a un jardín.

Pero si el jardinero no puede o no quiere seguir ejerciendo sus funciones y deja de podar y regar, el placentero jardín al que estábamos acostumbrados pronto se tornará una jungla.

Ya lo estamos viendo. Las malas hierbas empiezan a crecer y, sin nadie que lo remedie, ahogan las plantas vecinas. La repentina angustia omnipresente en nuestras sociedades es fruto del sentido de un final. El título del libro de Julian Barnes hacía referencia a la muerte de cada individuo. En este caso, se trata de la agonía de todo un orden mundial.

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