domingo , 24 noviembre 2024
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Novela de William Golding (II)

Alejandro Martínez Carrasco 

Profesor del Grado en Filosofía, Política y Economía (PPE)

Pero a pesar de todo, fracasa dolorosamente. ¿Por qué? En buena medida porque topa con una realidad que no es capaz de controlar: unas circunstancias difíciles, porque la mayor parte del grupo está formado por niños muy pequeños que son incontrolables; la debilidad del hombre, que fácilmente se deja contagiar por miedos irracionales y una desesperante sensación de impotencia, y la semilla del mal que anida dentro de todos, y que tiende a provocar rivalidad, luchas por imponerse, odio, crueldad y violencia.

Según el propio autor de la novela, el error principal de Ralph, lo que en el fondo le convierte en un mal líder, es su ingenuidad, no reconocer ese mal que puede crecer en todo hombre, su exceso de confianza en la naturaleza humana. Y es cierto que la experiencia es muy importante para que un buen líder sepa navegar en circunstancias difíciles. 

Pero en el caso de que Ralph hubiese sido perfectamente consciente de esto, ¿debería haber actuado de otra manera? ¿Debería quizá haber desconfiado de los demás, no haber compartido responsabilidades, haber castigado más o infundido más miedo? ¿O no haber recordado lo que tenían que hacer para sobrevivir y ser rescatados, a pesar de que eso no fuese tan emocionante y apetecible como otras ocupaciones?

Según el propio autor de la novela, el error principal de Ralph, lo que en el fondo le convierte en un mal líder, es su ingenuidad.

Los grupos humanos son muy complicados y no hay mecanismos que eliminen los conflictos o solucionen los problemas de manera automática. Una de las enseñanzas de esta novela es que no siempre cuando un grupo fracasa hay que achacarlo a los errores del líder. El liderazgo no es una técnica infalible porque los seres humanos no somos tan simples. Por supuesto se puede ser mejor o peor líder, y es necesario aprender. 

Pero no todo está en nuestras manos, siempre hay que contar con la fragilidad y la limitación del ser humano. No aceptar que la realidad es más compleja e impredecible de lo que nuestras ilusiones idealistas pintan y pensar que solo es aceptable el éxito aboca fácilmente a la frustración, mientras que asumir la posibilidad del fracaso pese a todo permite una idea realista y humana del liderazgo, más apta para hacerse cargo de las dificultades y para sobreponerse a las experiencias negativas que inevitablemente se presentan.

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