Ricardo Fernández Gracia
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
De la Virgen de Ujué, amén de sus grabados con la cortina descubierta, sabemos que algunos fundadores de aniversarios exigían que se descubriese la imagen. Un emprendedor, hijo de aquella villa, Jerónimo Íñiguez, había mandado abrir distintas planchas para estampar grabados de la Virgen.
En un momento dado, el patronato de Ujué decidió comprar las citadas planchas para disponer de ellas y ordenar las estampaciones a su gusto y bajo sus condiciones de tirada y precio. La cuestión se solucionó con la entrega de las láminas por parte de Íñiguez, a cambio de la fundación de un aniversario en el citado santuario, consistente en la celebración de una misa cantada delante de la Virgen, “descubierta y con dos luces”.
El obispo de Calahorra concedió cuarenta días de indulgencia, a todas las personas que estuviesen presentes cuando se descubriese la imagen.
En el caso de la Virgen de Codés, sabemos que, en 1649, el obispo de Calahorra, don Juan Juániz de Echalaz, concedió cuarenta días de indulgencia a todas las personas que estuviesen presentes cuando se descubriese la imagen, rezando una Salve por las intenciones de la Iglesia.
En el santuario de la Virgen del Camino de Monteagudo, el visitador del obispado de Tarazona, don Jerónimo de Toledo, había ordenado en 1606 lo siguiente: “Mandamos que se haga para la imagen de Nuestra Señora un velador o cortina de tela de plata u oro, para que esté con más decencia y veneración la dicha imagen y no puedan con tanta facilidad llegar los legos por estar como está muy baja”.
La cortina fue, asimismo, un elemento del protocolo y ceremonial real que, con precedentes bajomedievales, tuvo amplia proyección en los siglos del Antiguo Régimen. En las capillas e iglesias se disponía un oratorio endoselado y cortinado para los monarcas, en aras a que contasen con un espacio reservado. La costumbre de velar y desvelar a los monarcas se pierde en las civilizaciones orientales y, con carácter sacralizante pasó a los soberanos cristianos, conforme se fueron divinizando. Felipe el Bueno, duque de Borgoña, asistía a misa en uno de esos cubículos y la etiqueta de aquellos soberanos fue adoptada por los Austrias con peculiaridades propias, haciendo de la cortina una regalía para los de su estirpe. Entre sus funciones, figuraba el contacto íntimo del monarca y el altar, en aquellos momentos en que se requería más intimidad, dejando abierta la parte que comunicaba con el altar, mientras el sumiller corría las restantes cortinas del oratorio.
Los días de cortina en la Real capilla coincidían con grandes solemnidades y asistencia de público, cuando ante la llegada del soberano, el sumiller descorría el cortinaje y dejaba “patente” al rey ante su corte, en lo que Jorge Fernández-Santos describe como una verdadera ostensio regis. Ceremonias pomposas en las que las dos Majestades estaban presentes, la eucarística y la del rey, ambas con sus cortinas, la del altar y la del rey. Las cortinas realizadas en ricos tejidos estaban destinadas a dejar claro el respeto de los súbditos a la majestad humana, y la del rey y la de todos a la Majestad divina.
Continuará…