Mª Josefa Tarifa Castilla
Universidad de Zaragoza
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y
Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos relativos a las restauraciones e intervenciones en grandes conjuntos de nuestro patrimonio cultural.
La fundación y construcción del complejo monástico medieval. El monasterio de Santa María de la Caridad fue la primera comunidad cisterciense femenina que se fundó en la Península Ibérica a iniciativa del monarca García Ramírez con monjas procedentes del cenobio de Lumen Die en Favars (Francia), instalándose en 1147 en Tudela. Hacia 1157 fijaron la sede definitiva en Tulebras gracias a la donación real de Sancho VI el Sabio de esta pequeña villa navarra.
Las religiosas promovieron la construcción del
sobreclaustro.
Desde mediados del siglo XII hasta la primera mitad de la centuria siguiente se acometió la construcción del cenobio medieval románico de acuerdo al esquema habitual cisterciense, formado por un claustro central en torno al cual se dispusieron los principales espacios, la iglesia, la sala capitular, el refectorio, la cocina y el dormitorio.
De aquella fábrica medieval únicamente se ha conservado la fisonomía general de su planta, el templo abacial de una sola nave y cabecera semicircular en la parte de los muros perimetrales, y tres arcos pétreos del claustro románico correspondientes al ingreso a la primitiva sala capitular.
Las intervenciones en los siglos de la Edad Moderna.
La presencia en el monasterio tulebrense de monjas pertenecientes a importantes linajes navarros posibilitó la edificación de nuevas dependencias gracias a los generosos donativos que aquellas familias y otros destacados protectores realizaron.
Así, bajo el abadiado de Ana de Beaumont (1506-1524), hija de los señores de Monteagudo, Francisco el Darocano edificó en la década de 1520 un nuevo claustro de ladrillo cerrado con bóvedas de crucería.
Por su parte, la abadesa María de Beaumont y Navarra (1547-1559), hija del IV conde de Lerín y condestable de Navarra, consiguió que el visitador general del Císter en la corona de Aragón y Navarra, Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza, le otorgase 500 libras con las que se financiaron las elaboradas bóvedas nervadas de la nave de la iglesia, de cuyas claves centrales cuelgan los escudos de dicho benefactor. Su sucesora al frente del cenobio, Ana Pasquier de Eguaras (1559-1573) obtuvo una cifra similar del mismo prelado con la que el obrero de villa Pedro Verges concluyó el abovedamiento del templo entre 1563 y 1565, quien asimismo edificó una nueva sala capitular, la capilla de San Bernardo y el coro alto de la iglesia.
El templo también fue engalanado con el retablo renacentista dedicado a la Dormición de la Virgen (1565-1570) que presidió la cabecera tras el altar hasta el siglo pasado, atribuido a Jerónimo Vicente Vallejo Cosida, pintor aragonés y asesor artístico de Hernando de Aragón.
En la década de 1620, las religiosas promovieron la construcción del sobreclaustro con objeto de hacer el monasterio más habitable y confortable, con cuartos individuales para remediar las condiciones insanas del dormitorio común, que al igual que el resto del cenobio se veía muy afectado por la humedad, en el que trabajaron Pascual de Horaa y Jerónimo Baquero.
Asimismo, a mediados del siglo XVIII se acometió la renovación del palacio abacial, además de la hospedería y otros espacios, como la capilla de San Bernardo, que fue cubierta con una cúpula con linterna decorada con yeserías de profusa vegetación, acorde a los gustos del barroco.
Intrépidas monjas obreras. Tras la desamortización de Mendizábal (1837) las religiosas quedaron privadas de todos sus bienes, por lo que tuvieron serias dificultades económicas para hacer frente al mantenimiento del complejo monacal, que a principios del siglo XX amenazaba de nuevo con desplomarse.
Continuará…