Gerardo Castillo
Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
La pandemia ha tenido un profundo efecto sobre personas y
comunidades, por lo que no cabe un retorno al modo de vida del pasado.
Nada será ya igual. El Covid-19 ha impactado fuertemente en la salud física y mental de quienes la han padecido directa o indirectamente, sobre todo por el aislamiento al que han estado sometidos, que ha ocasionado pérdida de bienestar psicológico y social. Lo que procede ahora es mirar al futuro y ocuparse de los posibles nuevos desafíos pandémicos de 2022.
Todo indica que la pandemia del coronavirus y sus nuevas cepas continuará, por lo que el principal desafío será saber afrontar nuevas situaciones de inestabilidad, estrés e incertidumbre, tanto personal como social y laboral.
“El miedo a la infección y los instintos básicos de supervivencia pueden alterar significativamente la percepción que tenemos del otro, que puede ser visto como un agente que genera desconfianza en términos de potencial infección y posible diseminación del virus. Las imágenes de las personas cubiertas con máscaras de protección dan cuenta del actual estado de aprensión” (R. Luque, asesor del Ministerio de Salud de España).
Esto supuso que unos 1600 millones de estudiantes en 180 países no pudieran ir a la escuela.
La experiencia dice que las medidas sanitarias no son suficientes. “La ciencia tiene que estar en el centro de la toma de decisiones, pero no te puede decir, por sí sola, qué decisión tomar. Esto se debe hacer sobre la base de la ética” (Dominic Wilkinson, profesor de Ética Médica de la Universidad de Oxford). Ello supone que las decisiones estén basadas en valores éticos: responsabilidad, solidaridad, reciprocidad, justicia, compasión, respeto y honestidad, entre otros.
Por otra parte, en las crisis existenciales las personas solemos hacer de la necesidad virtud. Es el caso de la fortaleza. Esta virtud humana nos hace sobreponernos a los obstáculos y ser intrépidos, pero su esencia no es vencer dificultades, sino hacer el bien cueste lo que cueste. La razón principal de la necesidad de la fortaleza es la vulnerabilidad del ser humano, como se comprueba en situaciones de pandemia. Algunos expertos en bioética coinciden en que en el pasado la medicina y la ciencia se han saltado estándares éticos habituales, debido, muchas veces, a tener que tomar medidas precipitadas.
En situación de pandemia será cada vez más necesario utilizar estrategias de asertividad para mejorar la comunicación entre las personas. Las mascarillas y las distancias de seguridad nos están aislando. Pasado el peligro, de algún modo nos veremos abocados a reinventar las relaciones sociales.
En la comunicación asertiva se expresa lo problemático sin agresividad, por ejemplo, cuando en el trabajo tenemos que corregir a un subordinado. Una de las técnicas de asertividad más eficientes es “desarmar” antes al otro con un reconocimiento de su esfuerzo, para después pasar a expresar lo previsto.
Al desafío futuro ya citado, de saber vivir en la inestabilidad e incertidumbre, se añadirán otros: afrontar el incremento del paro derivado de la divisoria entre quienes pueden trabajar desde casa y los muchos que no pueden; remediar la disrupción educativa causada por la pandemia. Esto último supuso que unos 1600 millones de estudiantes en 180 países no pudieran ir a la escuela.
La prestigiosa revista inglesa The Economist publicó un artículo titulado Hacia una nueva normalidad 2021–2030, en el que se hace un interesante análisis sobre lo que considera que serán los principales cambios futuros provocados por la prolongación de la crisis de la pandemia. Los presumibles cambios que la pandemia originará en nuestro modo de vida serán los siguientes: seguiremos trabajando en línea desde nuestras casas, cada vez con más posibilidades digitales a nuestro alcance. Por último, la salud mental será un tema recurrente.