Inés Olza
Investigadora del grupo ‘Cultura Emocional e Identidad’ (Cemid) del Instituto Cultura y Sociedad (ICS)
Cuando aún resuenan los ecos de los debates e iniciativas surgidos en España en torno al décimo aniversario del fin de la violencia de la banda terrorista ETA, queremos traer aquí algunas reflexiones sobre diversas iniciativas de mediación entre terroristas y sus víctimas que pasaron bastante más inadvertidas en 2011 y 2012, varios meses antes y después del anuncio de ETA que hemos conmemorado estos días. El hilo para estas reflexiones nos lo proporciona una película reciente, Maixabel (Icíar Bollaín, 2021). Aunque ficcionados en algunos aspectos, la película refleja fundamentalmente dos de los encuentros que mantuvo Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui (exconcejal socialista en Tolosa y antiguo gobernador civil de Guipúzcoa, asesinado en 2000), con dos de los asesinos de su marido, Luis María Carrasco e Ibon Etxezarreta. En estas líneas proponemos lanzar una mirada, por un lado, al modo en que la película representa el itinerario personal seguido por los participantes en estos encuentros restaurativos y, por otro, la labor de la mediadora de estos encuentros, que en la cinta recibe tan solo el nombre de pila de Esther. La Esther de la película es un trasunto de Esther Pascual, jurista, profesora universitaria y mediadora, que formó parte del equipo de mediadores que, a partir de mayo de 2011, propició una serie de encuentros restaurativos entre terroristas presos en la cárcel de Nanclares de Oca y víctimas de la violencia de ETA. En este equipo cabe destacar también la figura de Eduardo Santos, jurista y actual Consejero de Políticas Migratorias y Justicia del Gobierno de Navarra, en cuya casa tuvo lugar el primer encuentro entre Maixabel y Etxezarreta sobre el que pivota la película. ¿Qué efectos tuvieron? Antes de responder brevemente a esta pregunta, nos gustaría aclarar aquí, más bien, lo que no fueron estos encuentros.
El fin principal de estos encuentros sería, esencialmente, conocer la visión del otro.
En primer lugar, la iniciativa de reunir a víctimas con victimarios no partió de una equiparación moral entre ellos, ni del blanqueamiento o la rebaja de la responsabilidad penal y personal de los crímenes cometidos por los terroristas. Ninguno de estos últimos obtuvo beneficios penitenciarios por participar en estos encuentros.
Es más, según relata el equipo de mediadores, la preparación de los encuentros fue particularmente exigente con ellos, y dichas reuniones estuvieron orientadas de modo fundamental hacia el beneficio de las víctimas, cuya integridad emocional y psicológica se protegió de modo especialmente delicado. Además, cabe señalar que estos encuentros no se enmarcaron necesariamente en la voluntad de perdonar o ser perdonado. El fin principal de estos encuentros sería, esencialmente, conocer la visión del otro, de sus sentimientos, motivaciones e ideas, e intentar reparar de modo integral el daño causado a la víctima, siendo el perdón solo uno de los componentes posibles de esta reparación.
Continuará…