Ricardo Fernández Gracia,
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
“El semblante del rostro era alegremente grave, y gravemente alegre; de manera que con su serenidad alegraba á los que le miraban, y con su gravedad los componía”.
Junto a esa descripción, los primeros retratos fueron realizados a partir de su mascarilla mortuoria y del retrato de Jacopino del Conte. Algunos artistas realizaron versiones con gran fortuna, como la pictórica de Alonso Sánchez Coello o la escultórica de Gregorio Fernández. Respecto a la imagen aislada hay que distinguir dos tipos, el primero con la sotana y el manteo de la Compañía y el segundo con alba, casulla y manípulo para celebrar misa.
Entre las del primer tipo destacan la talla de la catedral de Pamplona, realizada para la canonización y la de la basílica del santo en la capital navarra, que sigue el modelo de la de Gregorio Fernández en Vergara (1614). No faltan otros ejemplos del seiscientos. El modelo se repetirá hasta el siglo XVIII, como muestran las esculturas de los retablos de Santa Bárbara en la catedral de Pamplona (1713), de Santa Teresa en Fitero (1730) y del palacio episcopal (1748). En esos modelos porta como atributo el libro de las Constituciones o de los Ejercicios y un sol con el IHS, al que mira profundamente. Al respecto, hemos de recordar que el santo “veía a Cristo como al sol, especialmente cuando estaba tratando cosas importantes” (Autobiografía, 99).
Entre las pinturas conservadas en la basílica pamplonesa, figura el gran lienzo apaisado de la caída del santo.
Con los ornamentos para celebrar misa lo encontramos en pinturas como la del retablo de la parroquia de Javier, que sigue una composición de Rubens muy divulgada a través de grabados flamencos. Al mismo tipo, corresponden las esculturas de los retablos de los Remedios de Luquin (1741) y Lesaca (1753), el grabado de la portada del libro del padre Erice, obra de Jean de Courbes (1623), así como las pinturas de Vicente Berdusán en Garde y Roncal, de fines del siglo XVII.
Entre las pinturas conservadas en la basílica pamplonesa, figura el gran lienzo apaisado de la caída del santo, remitido en 1729 por el padre Manuel de la Reguera (1668-1747), teólogo particular del cardenal Belluga. La composición es copia exacta de la de las bóvedas de la iglesia de San Ignacio de Roma, obra del hermano Andrea del Pozzo (1691-1694). La pintura, en el corazón de Pamplona, adquirió un gran valor en el lugar del hecho que representaba, nada menos que la caída del santo y el origen de su conversión y, por tanto, de la Compañía.
La catedral de Pamplona conserva un lienzo, procedente del colegio de los jesuitas de la Anunciada, que representa la visión del santo en la capilla de la villa italiana de Storta, en noviembre de 1537. Representa a Ignacio, acompañado por Pedro Fabro y Diego Laínez, en el templo de dicha ciudad para realizar las oraciones diarias. Allí tuvo una visión en la que el Padre Eterno le señaló a Jesús llevando la cruz y diciéndole: “Yo os seré propicio en Roma”.
Las cuatro pechinas de la basílica, realizadas en torno a 1720, narran las apariciones de san Pedro y de la Virgen con el Niño, la redacción de los Ejercicios y la vela de armas en Montserrat en marzo de 1522, siguiendo el texto autobiográfico que dice: “Tras confesarse y dar sus ropas y vestir túnica de peregrino hace visita a pie y se postra ante la Virgen de Montserrat”. Este relato inspira también la interesante pintura seiscentista de la misma basílica.
El retablo de Azoz, procedente de la basílica de Pamplona, contiene un ciclo de cuatro pinturas ignacianas. Posiblemente, sean obra del pintor guipuzcoano Esteban de Iriarte en 1632. Los pasajes, basados en su mayor parte en estampas de la vida ilustrada de 1610, representan al santo sumergido en las aguas para lograr la conversión de un pecador que camina por el puente, la aparición de Cristo, la visión de la Virgen y el ahorcado salvado en Barcelona.
Continuará…