domingo , 24 noviembre 2024
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Un gran teólogo con acendrado sentido sacerdotal

César Izquierdo 

Vicedecano de la Facultad de Teología

Manuel Guerra Gómez fue profesor de la Facultad de Teología del Norte de España, en Burgos. Pero, además, con gran generosidad dedicó parte de su tiempo durante bastantes años a viajar a Pamplona para dar clases en las asignaturas relacionadas con las ciencias de las religiones. En EUNSA publicó, en 1980, los tres volúmenes de su Historia de las religiones, precedente de la que sería más tarde su Historia de las religiones dentro de la colección Sapientia Fidei, patrocinada por la Conferencia Episcopal Española (BAC, Madrid 1999).

Fue ordenado sacerdote en 1955. Durante diez años desempeñó tareas de formación en el Seminario de Burgos y, más tarde, de gestión (además de profesor e investigador) en la Facultad de Teología de Burgos, de la que fue el primer secretario, y más tarde presidente (también de la sede de Vitoria). El profesor Guerra era doctor en Filología Clásica y en Patrística por la Universidad de Salamanca y por el Agustinianum (Roma), respectivamente. Publicó varias decenas de libros y multitud de artículos sobre temas diversos: Filología Clásica, Antropología, Antigüedad Cristiana, las religiones, las sectas, etc., siendo un autor muy conocido en diversos ámbitos académicos y culturales. Varias de sus obras siguen apareciendo en el catálogo de EUNSA.

Su profunda vida espiritual le llevó a querer ser
contemplativa.

Los que fueron alumnos de Manuel Guerra en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra recuerdan, no solo la gran sabiduría de Manuel, sino también su acendrado sentido sacerdotal. No se limitaba a tratar las cuestiones de la asignatura, sino que sabía extraer en muchos momentos profundas consideraciones cristianas. Los que tratamos a Manuel Guerra, apreciábamos su mirada serena y bienhumorada, así como su carácter castellano que le llevaba a defender con decisión, lo que consideraba justo, movido siempre por su amor a cada persona en su circunstancia concreta, y a la Iglesia. Su profunda vida espiritual le llevó a querer ser contemplativo en el ejercicio de su ministerio. En varias ocasiones, le oí relatar el encuentro con San Josemaría, en 1972, y cómo le pidió que le explicara lo que el fundador del Opus Dei había afirmado de palabra y por escrito: que era posible orar die noctuque. Orar, también durante el sueño, era para el sacerdote y profesor burgalés un desafío al que no renunciaba.

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