sábado , 23 noviembre 2024
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Un mantra de moda: “Yo soy así”

Gerardo Castillo 

Profesor de la Facultad de Educación y Psicología. Universidad de Navarra

La moral cuenta con la psicología, ya que esta última apela a lo más profundo que hay en el alma humana, el deseo del bien y de la felicidad. La psicología le dice a una persona cómo es; la moral, lo que debe ser y cómo comportarse. La armonía existente entre psicología y moral en el plano teórico no siempre se da en la práctica, dado que algunos psicólogos y moralistas rivalizan en la audaz pretensión de esclarecer en exclusiva la conducta humana.

Al error del moralismo excluyente de épocas históricas anteriores le sucede hoy el error del psicologismo autosuficiente. Gustave Thibon lo explica de esta forma: “A un moralismo que ignoraba y rechazaba la psicología, vemos que le sucede un psicologismo que ignora y rechaza la moral. Ya se trate de cualquier comportamiento aberrante o antisocial, siempre se encuentra a un psicólogo que lo explica todo y que lo justifica todo. En esta perspectiva, las nociones del bien y del mal se borran y el análisis de los móviles acaba por hacer las veces de una absolución, cuando no de un estímulo”.

Por influencia del psicologismo autosuficiente, muchas personas se atribuyen a sí mismas un autoconcepto irreal y de conveniencia; con ello pretenden eludir deberes y normalizar comportamientos inadecuados o deshonestos. Suele expresarse con el mantra: “Yo soy así”. Esa expresión se está utilizando para autojustificar conductas molestas para los demás, como por ejemplo, faltarles al respeto. Si el ofendido se queja, puede recibir una respuesta de este tipo: “Es que yo soy así, lo tomas o lo dejas”.

Debe quedar claro que la personalidad no es inamovible; no es un concepto fijo, sino un proceso de desarrollo evolutivo en interacción con el medioambiente. Además, podemos modificarla a voluntad en algunos aspectos con el paso del tiempo. Una persona que es, por ejemplo, individualista, no está condenada a serlo de por vida.

Debe quedar claro que la personalidad no es inamovible.

Bajo una aparente fachada de autenticidad, “yo soy así” es una excusa recurrente para liberarse del esfuerzo que requiere ser mejor. Es también una actitud defensiva ante críticas y correcciones oportunas que, por orgullo, no se aceptan. 

En algunos casos denota un desconocimiento de sí mismo. En el templo de Delfos, dedicado al dios Apolo, se hallaba la inscripción: “Conócete a ti mismo”. Tenía por objeto estimular a los visitantes a reconocer los límites de su propia naturaleza y a no aspirar a lo que es propio de los dioses. Sócrates se sirvió de esa enseñanza para descubrir y difundir el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra ignorancia.

Al conocimiento propio, le sigue la aceptación y la coherencia. La meta es ser uno mismo. “Siempre sé tú mismo, exprésate, ten fe en ti mismo, no salgas a buscar una personalidad exitosa y duplicarla” (Bruce Lee). Quien se habitúa a comportamientos mediocres adquiere un conformismo crónico que acaba integrándose en su personalidad en forma de identidad ególatra. Lógicamente, ese estado no ayuda en la amistad y el amor
verdaderos.

¿Puede haber una verdadera amistad entre dos personas ególatras? Una personalidad autosuficiente es incompatible con los valores de la amistad. La amistad es afecto desinteresado, benevolencia recíproca, deseo mutuo del bien. Cada amigo quiere a su amigo no como algo útil o placentero, sino por sí mismo. En la relación de amistad existe un código moral no escrito y unos deberes recíprocos, entre ellos ser sinceros, leales y generosos.

Del mismo modo: ¿cabe esperar un verdadero amor conyugal en la misma situación? No cabe, debido a la inmadurez. Tiene inmadurez para la vida conyugal quien padece carencias básicas para ese estado de vida, entre otras las siguientes: incapacidad para un amor comprometido, concibiéndolo como algo provisional; no ser consciente de cada uno se debe al otro; supeditar la entrega a los estados de ánimo de cada momento; pretender que el otro asuma en exclusiva responsabilidades que son comunes; por ejemplo, la educación de los hijos. Ese tipo de amor no resiste las dificultades habituales de la convivencia conyugal.

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