lunes , 25 noviembre 2024
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La última frontera del conocimiento (I)

Dr. José Luis Lanciego

Investigador del Programa de Neurociencias del Cima

Somos capaces de enviar a Marte drones para explorar el suelo y la atmósfera del planeta rojo, pero sabemos mucho menos de lo que tenemos más cerca: nosotros mismos. El cerebro es todavía un gran misterio para la ciencia, aunque se ha progresado notablemente en las últimas décadas.
Desentrañar sus billones de conexiones neuronales hasta trazar un mapa de carreteras completo, cuya longitud equivale a cuatro vueltas al mundo, nos permitirá modificarlo para frenar enfermedades neurodegenerativas y mejorar nuestras capacidades mentales.

En Total Recall (Desafío total), Douglas Quaid es un trabajador de la construcción que vive obsesionado con pasar sus vacaciones en Marte. A su esposa Lori le horroriza el plan y contrata los servicios de Memory Call, una empresa especializada en insertar falsos recuerdos en el cerebro. La trama de esta película, dirigida en 1990 por el neerlandés Paul Verhoeven, está ambientada en 2084. Aunque falta camino por recorrer, no habrá que esperar tanto para que la idea de Lori sea una realidad. ¿Estamos cerca de borrar las imágenes traumáticas de los combatientes en una guerra?, ¿podremos crear réplicas de nuestro disco duro y cargarlas en un ordenador?, ¿nos implantaremos una aplicación para convertirnos, por ejemplo, en virtuosos del piano o hablar un inglés perfecto sin esfuerzo? En el terreno médico, ¿seremos capaces de detener el terrible avance de las enfermedades neurodegenerativas y abrir nuevos horizontes para las personas que sufren alzhéimer o párkinson?

El siglo XXI está llamado a ser el siglo del cerebro. La neurociencia progresa con paso firme, no solo para terminar de comprender cómo funciona, sino también para identificar qué zonas se encuentran dañadas cuando enferma y dar los primeros pasos hacia su curación. Desentrañar los mecanismos de este órgano que, ocupando tan solo el 2% del peso corporal consume más del 20% de nuestra energía, supone uno de los mayores retos científicos del momento. Trazar su mapa de conexiones con detalle permitirá dominarlo y actuar sobre él, como quien repara un corazón lesionado o implanta una prótesis de cadera. En un documento redactado en 1600 a. C., que hoy se conserva en la Academia de Medicina de Nueva York, aparecen las primeras referencias anatómicas. Los cirujanos del antiguo Egipto detallaron entonces, basándose en la observación de heridos de guerra, medio centenar de tratamientos.

El siglo XXI está llamado a ser el siglo del cerebro.

En el conocido como Papiro de Edwin Smith, también se usan por primera vez en la historia las palabras cerebro, meninges o suturas craneanas, entre otras. El interés por este ámbito de investigación despegó cuando en la Grecia clásica se comenzó a sospechar que en el cerebro se asentaban las facultades de la mente y que contenía aquello que nos define como individuos: nuestra identidad, nuestra personalidad, nuestro carácter y también nuestros recuerdos. 

Hoy podemos enviar un batiscafo para fotografiar las profundidades de la fosa de las Marianas en el Pacífico o una sonda espacial que explore el cinturón de Kuiper más allá de la órbita de Neptuno, en los confines del sistema solar. No obstante, el conocimiento del cerebro es todavía escaso. Cómo consigue generar nuestra mente, es la gran incógnita.

La parte más evolucionada de este órgano, la que nos distingue del resto de especies animales, es la corteza. En esa superficie, típicamente arrugada, del tamaño de una pizza mediana, la información recibida se hace consciente, se compara con nuestras experiencias adquiridas y se elabora una respuesta en milisegundos. Puesto que el cerebro es capaz de aprender, puede reforzar recuerdos y reaccionar  de modo más eficaz. Aunque oímos con los oídos, vemos con los ojos y saboreamos con la lengua, escuchar, mirar y degustar son acciones que únicamente realizamos con él. Toda nuestra percepción del entorno es una elaborada interpretación del cerebro. Sabemos que contiene hasta 100 mil millones de neuronas, término que acuñó el neuropatólogo alemán Wilhem Valdeyer, en 1891, que establecen entre sí varios cientos de billones de conexiones. Y se calcula que, colocados en fila, los axones prolongaciones neuronales por las que se desplazan las señales eléctricas alcanzarían unos 150 mil kilómetros, casi la mitad de la distancia entre la Tierra y la Luna, equivalente a cuatro vueltas al mundo. 

Continuará…

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