La simbología del sol, siempre positiva, se filia con la luz que todo lo desvela, el poder, la sabiduría y la verdad, como antítesis de la falsedad y la artificiosidad. De hecho, en la alegoría de la verdad su personificación aparece desnuda, porque no necesita de artimaña y acompañada de un sol de profusos rayos. Su figura fue aprovechada como propaganda de esos conceptos por reyes y papas, singularmente Luis XIV, Cristina de Suecia y el papa Clemente VII, figurando, asimismo, en numerosas medallas conmemorativas de diferentes momentos. Los mismos nimbos de los santos adquieren forma de sol con sus rayos. En las escenas de la Creación: El pasaje de la Creación, siguiendo el libro del Génesis, cuenta con representaciones en el arte navarro desde la Edad Media.
Invariablemente el sol, la luna y las estrellas tienen su protagonismo, por formar parte de la acción de Dios, en el cuarto día de la creación. El Génesis lo recoge así (1,14-19): “Entonces, Dios dijo: Que aparezcan luces en el cielo para separar el día de la noche; que sean señales para que marquen las estaciones, los días y los años. Que esas luces en el cielo brillen sobre la tierra; y eso fue lo que sucedió.
Dios hizo dos grandes luces: la más grande para que gobernara el día, y la más pequeña para que gobernara la noche. También hizo las estrellas. Dios puso esas luces en el cielo para iluminar la tierra, para que gobernaran el día y la noche, y para separar la luz de la oscuridad”. La traducción del texto a imágenes la podemos contemplar en señeras obras.
El sol y la luna se suelen dar cita, en ocasiones con rasgos antropomórficos en crucifixiones y juicios finales.
En uno de los capiteles de la puerta del Juicio de la catedral de Tudela, de las primeras décadas del siglo XIII, encontramos a Dios creando el firmamento, significado en el sol, la luna y las estrellas, enmarcadas en una especie de aureola sinuosa. En una de las esquinas del claustro renacentista de Fitero, de mediados del siglo XVI, encontramos también el tema, del mismo modo que en uno de los cobres realizados por Jacob Bouttats (c. 1680), que se conservan en el Museo de Navarra, procedentes del Convento de la Merced de Pamplona.
Junto al Crucificado y Dios Padre: El sol y la luna se suelen dar cita, en ocasiones con rasgos antropomórficos en crucifixiones y juicios finales y, más raramente, en torno al Nacimiento de Cristo. En los evangeliarios de Roncesvalles y de la catedral de Pamplona, con ricas tapas argénteas, el primero gótico y el segundo renacentista, a ambos lados del Cristo crucificado, encontramos las representaciones del sol y la luna, evocando el eclipse o las tinieblas en el momento de la muerte del Salvador, que se narra en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas.
Por la misma razón encontramos a ambos astros en los cuadrones centrales de algunas cruces procesionales, al fondo de los Crucificados, como en la sobresaliente de Munárriz, obra de Pedro del Mercado (1557) o en la dieciochesca de Aincioa. En las pinturas que decoran el fondo de los Calvarios de los retablos mayores, suelen aparecer frecuentemente. Sirvan de ejemplo algunos, como los de Aranarache, Lerín, Etayo, Genevilla, Guembe, Guirguillano, Lazagurría, Lerate, Azcona, Sorlada, Pueyo, Leache, Zolina, Zulueta, Arre, Beriain, Maquirriain, Huarte-Araquil o Valtierra, así como los de las Clarisas de Estella y Benedictinas de la misma ciudad (hoy en Leire) y de la basílica del Santísimo Sacramento de Pamplona, más excepcionalmente, aparecen en algunos retablos, como grandes relieves en el ático, a ambos lados del Calvario, como en el ático del mayor de Arizcun, obra realizada por Martín de Oyerena entre 1693 y 1699.
Con clara significación de poder, hay que leer la presencia del sol y la luna con caras humanas en los áticos de los retablos mayores de Grocin e Igúzquiza.
Continuará…