A partir de los ejemplos grabados, se plasmaron en pintura y escultura numerosas representaciones de la sagrada víscera, hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, y la determinación de la Sagrada Congregación de Ritos de prohibir su exhibición para el culto en los altares.
Fue entonces cuando quedó obsoleta una iconografía, que se había desarrollado ampliamente en España a lo largo del segundo tercio del siglo XVIII.
La difusión y culto se había extendido en Francia mediante la multiplicación de sus imágenes, la publicación de libros, la erección de templos y congregaciones. A España llegó al comenzar la década de los treinta del mencionado siglo XVIII, de la mano de un puñado de jesuitas, a cuya cabeza se sitúa al padre Bernardo de Hoyos junto a un grupo constituido por los padres Loyola, Cardaveraz, Calatayud, Peñalosa e Idiáquez, muy activos en Navarra, sobre todo en el desarrollo de las misiones.
Pese a la destrucción de gran parte de aquella iconografía, se han conservado ejemplos dieciochescos en Corella, Pamplona, Sesma, Tudela, Cintruénigo… etc. Siempre con el corazón con resplandores, que evocan a la divinidad y la luz, las llamas del amor; una cruz en señal de salvación; la corona de espinas del sufrimiento y la humillación y, por último, la llaga que recuerda el tesoro de la redención, que abre el corazón para poner a disposición del fiel sus dones: el mérito de la muerte de Cristo, el perdón de los pecados y las riquezas espirituales de la Iglesia.
Los escasos ejemplares conservados conforman un conjunto interesante, si tenemos en cuenta que don Manuel de Roda y Arrieta, considerado como el gran promotor de la expulsión de los jesuitas de España, aconsejó eliminar todo aquello con el argumento de “borrar la memoria de esta gente y de sus supersticiones”.
Atributo de santos. Algunos santos se acompañan del corazón llameante o surmontado por una cruz, como atributo particular de amor ardiente o de devoción a la pasión de Cristo o a su corazón. Entre ellos, citaremos a los santos Agustín, Antonio de Padua, Benito de Palermo, Cayetano, Felipe Neri, Francisco Javier, Francisco de Sales, Ignacio de Antioquía, Leandro, Pablo de la Cruz, Policarpo, Tomás apóstol, Brígida, Catalina de Siena, Clara de Montefalco, Gertrudis, Juana de Chantal, Magdalena de Pazzi, Margarita de Alacoque y Teresa de Jesús.
En el patrimonio navarro destacan algunos, como San Agustín, San Francisco Javier y Santa Teresa. En menor medida, Santa Gertrudis, Santa Clara de Montefalco y, casi como excepción, San Ignacio de Antioquía. De ordinario, el corazón, a fortiori si aparece inflamado, alude al arrebato místico.
Los escasos ejemplares conservados conforman un conjunto interesante.
San Agustín y la orden de los agustinos en sus diferentes ramas adoptaron el corazón llameante con flechas, aunque tardíamente, ya en pleno siglo XVII. Los biógrafos del santo relacionaron el símbolo con el famoso texto de sus Confesiones, que dice: “Traspasaste, Señor, mi corazón con los dardos de tu caridad … Con las agudas flechas de tu amor me animabas, y con el fuego abrasador de tu caridad me recalentabas el alma”. Los conventos de Recoletas de Pamplona, Agustinas de San Pedro de Pamplona y Comendadoras de Puente la Reina conservan esculturas y pinturas en donde el santo luce, junto a la maqueta de fundador y el águila, un gran corazón traspasado por las saetas.
En el caso de Santa Teresa, el pasaje de su transverberación, que ella misma narra en el libro de su vida, dio lugar a pinturas y esculturas del tema, de las que se conservan en Navarra excelentes ejemplares. Más curiosas y raras son las representaciones de la agustina Clara de Montefalco (Comendadoras de Puente la Reina y Recoletas de Pamplona), mostrando su corazón con los emblemas de la pasión y una balanza con tres piedras redondas e iguales, distribuidas en los platillos de una balanza como símbolo trinitario.
Continuará…