Por: Diego Maza Ozcoidi, Profesor del Departamento de Física y Matemática Aplicada de la Universidad de Navarra
Corría el año 1987 cuando mi profesor de “Aplicaciones de la física del láser”, en la Universidad Nacional de San Luis (Argentina), nos ponía al corriente de alguno de los avances que había escuchado en un congreso. Entre ellos se encontraba una técnica para “atrapar” átomos -la que a la postre hizo que su autor, Steven Chu, compartiera el premio Nobel de física del año 1997-. Veintiún años después su “spin-off” (por usar un lenguaje acorde a los tiempos), el trabajo de su discípulo Arthur Ashkin, ha vuelto a hacer historia consiguiendo ayer el Nobel.
Casi en simultaneo con las clases que impartía mi querido maestro, Ashkin ponía a punto sus “pinzas ópticas”, artilugio por el cual comparte hoy el máximo galardón de la ciencia con otros dos investigadores.
La relevancia de su hallazgo no impacta tanto por su novedad -que también- sino por el gran número de invenciones y aplicaciones que se han derivado de ella. La posibilidad de manipular objetos a escala molecular -como las cadenas de ADN- ha abierto innumerables vías de investigación, la mayoría de las cuales están produciendo sus primeros resultados de forma reciente.
En aquella asignatura (que hoy añoro más si cabe) también discutíamos sobre los primeros pasos de la física no lineal. En concreto, sobre la óptica no lineal. Este inmenso campo -que ha hecho que Ashkin comparta el Nobel con Gérard Mourou y Donna Strickland- ya prometía por entonces un sinfín de posibilidades. Entre ellas, algunas que se han hecho realidad, como la generación de pulsos de luz de gran intensidad para realizar medidas muy precisas a escala universal.
Este hallazgo suena impresionante, y de verdad lo es. No obstante, los principios sobre los que se asienta eran conocidos previamente por la comunidad científica. Lo que sucedió es que gracias al ingenio de Mourou y Strickland, las ideas abstractas se convirtieron en una realidad manejable en el laboratorio, sobre la cual explorar nuevas fronteras del conocimiento.
En mi caso, jamás he creído que la inteligencia fuera patrimonio de cierto color, factor Rh, idea religiosa y, mucho menos, del sexo al que se pertenezca. Así que no voy a caer en la tentación demagógica de hablar de lo que hoy, seguro, hablarán muchos (Donna Strickland es la tercera mujer en recibir el Nobel en la historia de estos premios). Sí me gustaría aprovechar para añadir una reflexión personal sobre otro trasfondo verdaderamente relevante: el desarrollo de la física aplicada.
Puede parecer obvio (al menos para nuestro occidente “hipertecnificado”) que las ideas aplicadas son el sustento del desarrollo sostenible. Sin embargo, las “aplicaciones” de esas ideas casi siempre llegan mucho después. De hecho, manipular virus bajo el objetivo -avance posible gracias al desarrollo premiado con el Nobel de Física 2018- solo se ha conseguido con el transcurrir de décadas de trabajo, cuyos resultados no son para nada tan atractivos como la imagen de unas pinzas desenredando una cadena de ADN.
Por eso, quizá, este Nobel de Física hace especial honor a las premisas que dieron sentido al galardón, y al trabajo del propio Alfred Nobel: ciencia básica como sustrato de la ciencia aplicada.