sábado , 23 noviembre 2024
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La capa de ozono y otros desafíos medioambientales

Por: David Elustondo, Profesor Titular del departamento de Química de la Universidad de Navarra

 

El pasado 16 de septiembre, se celebró el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. En contraposición al situado en la parte baja de la atmósfera (ozono troposférico) -un peligroso contaminante del que oímos hablar cada vez que una gran ciudad tiene problemas de contaminación-, el ozono situado en la estratosfera (entre los 16 y 50 kilómetros de altura) resulta de capital importancia para el desarrollo de la vida en el planeta. De hecho, a pesar de que todo el ozono de la estratosfera tendría el tamaño de una capa de unos pocos milímetros de grosor, su concentración es capaz de eliminar el 99% de la radiación ultravioleta proveniente del sol, funcionando a modo de escudo protector.

 

Aunque desde mediados de los setenta se tenía conocimiento del efecto de ciertas sustancias sobre el ozono estratosférico, el afamado agujero en la capa no se descubrió hasta 1985, cuando investigadores británicos detectaron una gran disminución de su concentración alrededor del Polo Sur.

 

Se supo entonces que unas sustancias utilizadas abundantemente en la industria, los compuestos clorofluorocarbonados (CFC), eran los principales causantes de su deterioro. En realidad, estos compuestos -presentes en frigoríficos, aparatos de aire acondicionado o propelentes (gases presentes en los aerosoles)- se consideraban moléculas casi perfectas por su supuesta condición de inertes, lo cual impedía que pudiesen reaccionar con otros elementos químicos. Sin embargo, esa virtud resultó ser su mayor inconveniente, ya que su baja reactividad facilita que permanezcan en la atmósfera durante décadas y lleguen a la estratosfera. Allí, por acción de la radiación ultravioleta, liberan cloro y bromo y desencadenan el proceso de destrucción de ozono. Debido a las características especiales del proceso -que hacen que el agujero se genere sobre todo en las zonas polares (todos los años en el Polo Sur al coincidir con la primavera austral y, en años especialmente fríos, también en el Polo Norte)- la reducción de la capa es constante a nivel global.

 

Esto genera consecuencias de sobra conocidas (daños en el sistema inmunológico, incremento incesante de los casos de cáncer de piel…) y un aumento exponencial de la preocupación de la población y las autoridades en todo el mundo que desembocó en el Protocolo de Montreal. En virtud de su firma, se prohibió el uso de CFC y otros compuestos dañinos para la capa de ozono. Además,fue el primer acuerdo ambiental multilateral que ha logrado la participación de todos los países, constituyéndose en ejemplo de colaboración internacional intensa y leal para solucionar un problema global.

 

El Protocolo de Montreal se firmó en 1987, solo dos años después de destaparse el problema. Hoy, treinta años después de su entrada en vigor, los resultados son palpables. De hecho, este año un estudio de la NASA ha obtenido por primera vez pruebas directas de la existencia de una reducción significativa en los niveles de CFC y, por ende, también de una disminución del deterioro de la capa de ozono. Esto ha coincidido con la información de que, en 2017, el agujero alcanzó la extensión más pequeña desde 1988. De no haber sido por el Protocolo de Montreal, el daño sería un 40% mayor.

 

A pesar de las noticias positivas y de la indiscutible mejoría del agujero antártico, la realidad es que se sigue produciendo una disminución de la capa de ozono a nivel global y esta ya no se encuentra ligada a la concentración de CFC, sino al cambio climático. Esta constatación confirma que su recuperación total -al igual que un gran número de problemas ambientales-, deberá ir de la mano de la mitigación del cambio climático: uno de los mayores desafíos políticos, económicos y sociales a los que la humanidad se ha enfrentado.

 

En una conferencia reciente en la Universidad de Navarra, a cargo del profesor Mario Molina (ganador del Premio Nobel por su investigación sobre la destrucción del ozono estratosférico), este experto estimó la solución del cambio climático en tan solo 1% o 2% del PIB mundial, y citó al Protocolo de Montreal, precisamente, como el ejemplo a seguir.

 

Por el momento, los gobiernos parecen seguir arrastrando los pies a la hora de abordar los enormes desafíos del cambio climático. Deberá ser de nuevo la sociedad la que les empuje a tomar las medidas necesarias, para preservar el futuro de las próximas generaciones. En ello se nos va el futuro.

 

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