Pablo Allard Serrano
Facultad de Arquitectura y Arte
Universidad del Desarrollo
Este viernes, y hasta el 26 de noviembre, Santiago será sede de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos, el evento deportivo más importante realizado en nuestro país desde el Mundial de Futbol de 1962.
Los juegos se postulan y celebran en una ciudad específica, por lo que cobra importancia el esfuerzo iniciado hace seis años por el entonces intendente metropolitano y actual gobernador, Claudio Orrego, y su visión a largo plazo para traer los juegos a la capital.
Aventura apoyada por tres gobiernos sucesivos que, pese a las dificultades impuestas por el estallido social, la pandemia y la crisis de la construcción, lograron sacar adelante la infraestructura, coordinación y logística necesarias para garantizar el buen desarrollo de esta fiesta.
Muchos críticos de la organización hablan de oportunidades perdidas, de que es poco el “legado” que dejará en la ciudad, del costo de errores iniciales, como haber dejado fuera los hoteles del centro, o del atraso en las obras que obligó a selecciones nacionales a entrenar en lugares no aptos. Todo lo anterior es cierto, pero es parte del riesgo de este tipo de eventos.
Lo que pocos hablan es de la épica detrás de esta gesta
Lo que pocos hablan es de la épica detrás de esta gesta y el tremendo esfuerzo que miles de autoridades, funcionarios, técnicos, profesionales y voluntarios generosamente desplegaron durante estos años. Un ejemplo de ello es la Villa Panamericana, que contra todo pronóstico se logró licitar y adjudicar en 100 días, con un proyecto de gran calidad arquitectónica y urbana, que luego se convertirá en el hogar de 1355 familias.
Más allá de estos compromisos, los juegos presentarán desafíos y disrupciones al funcionamiento de nuestra ciudad que debemos tolerar con paciencia y generosidad. Por un lado, infraestructuras como el aeropuerto internacional o las autopistas urbanas se verán estresadas por las comitivas y delegaciones. Por otro, eventos de alta concurrencia, como las ceremonias de inauguración y cierre, las finales de los deportes más populares y pruebas urbanas como la maratón o ciclismo, obligarán a adaptarnos a cierres de calles, interrupciones y desvíos del transporte público.
Pero hay algo más complejo que puede arruinarlo todo: la utilización de los juegos para levantar agendas de grupos radicalizados. El octubrismo ya nos privó de la final de la Copa Libertadores, la APEC y la COP 25. Y a la tensa espera por la conmemoración de los cuatro años del estallido se suma la advertencia de grupos antisistémicos y otras organizaciones que se están movilizando para interrumpir los juegos.
Esperamos que las autoridades puedan mediar a tiempo, aplicar inteligencia y neutralizar cualquier intento por dañar esta gran fiesta cívica. No se trata de salvar la imagen país, sino de la oportunidad de unirnos en torno valores como la cultura cívica y la vida sana.