Patricio Ramírez Azócar
Director Centro de Apoyo al Desempeño Académico – Concepción
Hace pocos días, en un comité especial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, altos excolaboradores de servicios de inteligencia atestiguaron bajo juramento que habían conocido de primera fuente la evidencia de que ese gobierno tenía restos de naves con tecnología que no tenía un origen en inteligencia humana y que también había restos biológicos no terrestres. Además de sus declaraciones, ¿vimos alguna evidencia? Ninguna.
A pesar de la falta de pruebas, los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de titulares y “posteos” que aseguraban la presencia en la Tierra de seres de otros planetas, que los ovnis eran naves de origen extraterrestres, y que el Gobierno estadounidense había confabulado por décadas para ocultar esa información.
Es cierto que las películas y la literatura de ciencia ficción han ayudado a mantener ese tema siempre presente, pero ¿cómo es que de una declaración pasamos a pensar que hay una constatación irrefutable de un hecho? Existe suficiente documentación confiable, registros precisos y evidencia contrastada que permite afirmar la existencia de conspiraciones relativamente recientes en la historia.
Las películas y la literatura de ciencia ficción han ayudado a mantener ese tema siempre presente.
Por ejemplo, que altos funcionarios del Gobierno estadounidense idearon la existencia de ataques terroristas inexistentes desde Cuba para justificar una invasión a ese país, ataque de bandera falsa conocido como Plan Northwoods. O cómo la CIA actuó activamente para producir la caída de gobiernos de otros países, como ocurrió en Chile y el derrocamiento de Allende.
“Que las personas tengan una mayor tendencia a creer en conspiraciones no niega la posibilidad de que realmente estas puedan existir, pero está claro que en nada ayuda a una sociedad informada que no se exija un mínimo estándar de pruebas para confirmarlas”.
Yendo hacia el ámbito de la salud, por ejemplo, existe el caso del Estudio Tuskegee Syphilis, en el cual el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos estudió desde 1932 hasta 1972 la progresión natural de la sífilis en hombres afroamericanos, sin informarles adecuadamente ni proporcionarles el tratamiento requerido.