Juan Pablo Sims
Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales
Frente al primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, es fundamental destacar que dicho conflicto es parte de un proceso mucho mayor y que ha generado campos opuestos: el del statu quo, liderado por EE. UU., y el revisionista, compuesto por Rusia, Irán, China y otros poderes menores. En este contexto, las grandes potencias ya han elegido qué estrategia seguirán en los próximos años. No obstante, en gran medida, América Latina todavía se ha mostrado ambivalente frente a este proceso, que probablemente definirá el siglo XXI.
En esencia, se han configurado dos campos. Por un lado, Occidente y sus aliados están intentando preservar los pilares que le han dado estabilidad al orden mundial por más de 75 años. Por el contrario, países como China, Rusia e Irán, entre otros, intentan redefinir las normas internacionales, y con justa razón, dado que dichos reglamentos fueron en su mayor parte construidos sin tomar sus intereses en consideración.
En Ucrania está en juego mucho más que la integridad territorial y soberanía de dicho país.
En consecuencia, en Ucrania está en juego mucho más que la integridad territorial y soberanía de dicho país, sino que la credibilidad y momentum de cada campo. Por este motivo, la administración Biden ha invertido miles de millones de dólares en un conflicto que se encuentra tan lejos; Ucrania le importa, y mucho.
Si EE. UU. y Occidente tienen éxito, las normas que han caracterizado al orden mundial durante las últimas décadas se fortalecerán. En contraposición, si Rusia alcanza sus objetivos, las potencias revisionistas verán consolidadas sus pretensiones de volver a un mundo caracterizado por la “realpolitik”.
Este escenario plantea serias interrogantes para América Latina. Como continente, dadas nuestras raíces intrínsecamente democráticas y republicanas, es entendible cierto alineamiento con el campo occidental. No obstante, es evidente la relevancia de China para el desarrollo económico y la reducción de la pobreza en nuestra región.
En consecuencia, es deseable que nuestros líderes tengan estos elementos en consideración antes de tomar decisiones que podrían significar fuertes resultados económicos y políticos. Nuestros tomadores de decisiones tienen la responsabilidad de dirigir el país por el mejor camino posible para superar nuestros propios problemas.
Por este motivo, es esperable que en los círculos diplomáticos chilenos tome lugar una discusión matizada sobre el camino que debe optar Chile de cara al cambiante orden mundial, y que la futura decisión sea fruto de una mirada holística, centrada en la razón y no en simples infantilismos ideológicos.