Hernán Cheyre
Director del Centro de Investigación Empresa y Sociedad, CIES
La célebre frase “es la economía, estúpido”, acuñada por un asesor de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, fue elaborada con el propósito de buscar un mensaje que permitiera focalizar el mensaje y los esfuerzos en el problema fundamental que aquejaba a los ciudadanos norteamericanos en ese entonces, siendo una dificultad que estando frente a los ojos de todos y por evidente que parecía, no estaba recibiendo la suficiente atención en la estrategia, y así llegó a convertirse en un exitoso eslogan de campaña.
Buscando un foco para abordar el desafío de atacar la raíz del problema que enfrenta actualmente Chile en cuanto a su desarrollo económico y social, la frase de campaña debería ser “es la educación, estúpido”.
Ante la imperiosa necesidad de salir del pantano en que se encuentra la economía chilena en materia de productividad y de potencial de crecimiento, la discusión política suele centrarse en temas regulatorios, en el rol del Estado, en el monto y naturaleza del gasto público que debe ser financiado, en la estructura tributaria, etc.
Todos estos son temas de vital importancia.
Todos estos son temas de vital importancia, qué duda cabe, pero lo que muchos no calibran en toda su dimensión, a pesar de tratarse de algo que está pasando al frente de nuestros ojos, es el rol que desempeña la educación como condición habilitante fundamental para avanzar hacia un desarrollo integral.
Lo que nos enseñan las exitosas experiencias de países que, habiendo sido pobres en su origen, lograron durante el siglo pasado cruzar el umbral del desarrollo es que, más allá de las diferencias en la estrategia de política industrial seguida por unos y otros en distintas etapas, uno de los factores distintivos en todos los casos es el énfasis que se le puso al objetivo de lograr una buena y extensiva educación para su población.
Cómo entender, si no, el éxito de la pequeña isla de Taiwán como productora de componentes electrónicos de alta complejidad, o la capacidad de los países nórdicos para convertirse en líderes mundiales de la innovación, por citar solo dos ejemplos. En Chile hoy se discute acerca de la mejor forma de promover industrias en las cuales el país tiene innegables ventajas comparativas, como es el caso de la generación de energía eólica y solar (plataforma fundamental para la fabricación de hidrógeno verde), y el Estado destina cuantiosos recursos para acelerar el desarrollo de esta industria. Pero resulta que cuando es necesario reparar los equipos instalados, en muchos casos es necesario recurrir a técnicos extranjeros para poder resolver el problema.
Es obvio, pues, que sin una fuerza de trabajo debidamente capacitada, no será posible lograr un mejor desarrollo tecnológico, y ninguna estrategia (con mayor o menor intervención del Estado) logrará ser exitosa. La clave, en definitiva, radica en poder avanzar hacia una educación de mayor calidad desde las etapas más tempranas. Lamentablemente, en Chile se perdió el norte en esta materia, y la discusión se ha centrado en aspectos secundarios con un marcado tinte ideológico, que han hecho
perder de vista el objetivo central.