Marisol Peña Torres
Profesora Investigadora del Centro de Justicia Constitucional
Facultad de Derecho
De la misma manera, y como lo hacen varias Cartas contemporáneas, el desarrollo sostenible y la relación de las personas con la tierra que las cobija, seguramente, incrementarán el contenido actual del derecho a vivir en un medio ambiente libre de contaminación en un enfoque más integral y participativo.
Por ello, probablemente, la nueva Constitución volcará en nuevos derechos fundamentales estas materias, desechando la alternativa de incluir solamente principios generales que orienten las políticas públicas haciendo recaer su desarrollo en los órganos colegisladores, lo que demanda, claro está, la existencia de mecanismos que exijan ese desarrollo legislativo, por ejemplo, a través de la acción de inconstitucionalidad por omisión del legislador, ya desarrollada a nivel comparado. Asimismo, hay varios signos que hacen pensar que tendremos una Constitución flexible, porque Chile ha vivido con el trauma de los quorum supramayoritarios que, en lugar de ser vistos como incentivos a consensos sólidos y sostenidos en el tiempo, han sido catalogados como impedimentos frente al cambio. El debate sobre la norma de los 2/3 para aprobar las modificaciones constitucionales que hemos observado en estos días, es prueba de ello.
Hay varios signos que hacen pensar que tendremos una Constitución flexible.
Lo que queda por dilucidar es si la nueva Constitución logrará ser “normativa o vivida”, pues no basta que recoja las tendencias imperantes o se haga cargo de problemas históricos si no es capaz de fomentar el “diálogo entre generaciones” del que hablaba Bruce Ackerman. Las Constituciones no solo se aplican, también se viven y se proyectan en la vida cotidiana. Más allá de las clasificaciones, este es el gran desafío que enfrenta la Convención Constitucional y, sobre aquello, no hay proyección posible en estos momentos.