Gonzalo Andrés Serrano
Facultad de Artes Liberales
El 23 de enero de 1833, hace dos siglos, el reporte del movimiento de la cárcel, que se publicaba semanalmente, informaba que hacía dos días habían entrado al recinto tres hombres, dos de ellos por ebrios y otro por “bestialidad”, razón por la cual había sido condenado a ser verdugo todo el tiempo que estuviera en prisión.
Unos años más tarde, en 1839, a partir de una resolución de la Corte Suprema de Justicia, nos enteramos de que en Santiago al no haber un “verdugo inteligente para ahorcarlo”, un hombre que había asesinado a su tío fue condenado a ser ejecutado a tiro de fusil.
Hacia el norte, uno de los corresponsales de este diario relataba, desde Copiapó, la historia de Rafael Arasena, famoso asesino de Paposo, que había sido condenado a muerte por sus crímenes y que su compañero de celda había sido designado como verdugo.
La pena además incluía cortarle las manos y exponer su cadáver colgado por cuatro horas a la expectación del pueblo. El corresponsal cerraba la nota señalando: “El verdugo ha perdido el juicio”.
Entre los diversos gastos que implicaba mantener la cárcel, el sueldo del verdugo era de cuatro pesos. Un ingreso casi simbólico considerando que una profesora ganaba 30 y un preceptor 50 pesos.
A pesar de que lo común era que uno de los reos ocupara, mientras durase su pena, el rol de verdugo, esto no implicaba que no recibiera sueldo. Así se desprende de un balance de la Municipalidad de Valparaíso de 1846. Entre los diversos gastos que implicaba mantener la cárcel, el sueldo del verdugo era de cuatro pesos.
Un ingreso casi simbólico considerando que una profesora ganaba 30 y un preceptor 50 pesos, aunque suficiente para comprar cuatro botellas de vino, a un peso cada una, que servían para alivianar el cargo de conciencia de acabar con la vida de otros desgraciados.
Después de esta breve revisión, asumo que nadie estará interesado en cambiar de carrera, menos aún con tan bajo sueldo, a cargo de un servicio que rara vez era agradecido y bien evaluado por los
condenados.