Tiempo después, alguien se dio cuenta de que esto podía ser un buen negocio y se instaló con el arriendo de tablas de bodyboard para que los niños pudieran tirarse desde lo alto hasta la avenida Concón Reñaca. A medida que esta zona fue creciendo, la maniobra cada vez se hacía más peligrosa, desafiando a los autos que pasaban raudos pisando el pie de la duna.
Desde lo alto de la montaña de arena, además de la vista privilegiada que se tenía del mar, Valparaíso, Viña del Mar y Quintero, se podía ver hacia el este cómo toda la zona que antes hacía honor a su nombre, Bosques de Montemar, comenzaba a urbanizarse a un ritmo acelerado.
El primer paso se dio al costado, en Los Pinos. Ahí se hicieron las primeras casas que disfrutaban con la tranquilidad y la desconexión estando a minutos de la ciudad. Como en El Señor de los anillos, esos vecinos hoy se aferran al camino de tierra que les queda, el único vestigio de un paraíso que
terminó siendo acorralado por la urbanización.
Los colegios Albamar y Sagrada Familia fueron los primeros en instalarse en esa zona allá por el año 1997 y comenzaron a ser un polo de desarrollo.
Los colegios Albamar y Sagrada Familia fueron los primeros en instalarse en esa zona allá por el año 1997 y comenzaron a ser un polo de desarrollo.
Recuerdo que hace veinte años, el profesor Sergio Elórtegui partía con sus alumnos de biología rumbo a las dunas a descubrir una flora y fauna que para el resto era invisible y que empezaba a ser amenazada por la llegada del ser humano. Sus libros, que por aquellos años eran una guía, hoy resultan ser un catálogo de especies extintas.
Uno de sus libros “Las dunas de Concón. El desafío de los espacios silvestres urbanos”, publicado el 2005, Elórtegui, además de dar cuenta de forma detallada de los distintos elementos naturales que aquí se encontraban, todavía era optimista sobre la posibilidad de llevar a cabo un desarrollo inmobiliario sustentable, en armonía con el medioambiente. Lamentablemente para todos y en contra de su pronóstico, la irresponsabilidad, la codicia y la desidia de la mayoría (me incluyo) permitió lo contrario.