Nuestra sociedad es el resultado de un largo y complejo proceso de evolución. Cincuenta mil años de evolución no se borran de un plumazo. Así explican Vosoughi, Roy & Aral, en la revista Science, por qué la información falsa en Twitter se propaga más rápido y a más personas que los contenidos verdaderos. Las estrategias son múltiples y variadas. Con Trump en 2016 abundaron bots y noticias falsas en Twitter y Facebook.
Para el Brexit del Reino Unido, los contenidos basura se propagaron simulando ser noticias. En un estudio de la Escuela de Comunicaciones de la UAI para las elecciones de 2017 descubrimos varias redes de bots que posteaban contenido idéntico hasta en 48 cuentas a la vez. En Brasil, con Bolsonaro, fueron WhatsApp y el Facebook Messenger los espacios para esta propaganda. Diversos grupos han pedido a Facebook limitar el reenvío de mensajes en Whatsapp, para parar cascadas de contenidos maliciosos.
Facebook, hasta ahora, se ha negado. ¿Deben decidir las plataformas comerciales cómo y cuándo proteger nuestros sistemas democráticos? La Unión Europea ya ha comenzado a monitorear y mitigar la desinformación a gran escala, y el Senado de EE.UU. ha tomado el tema como un asunto de inteligencia y seguridad nacional. El desafío es grande y urgente: la discusión en redes sociales tiene consecuencias reales sobre los procesos políticos y sobre las personas.