Durante la Edad de Plata de los cómics, las historias que giraban en torno a Superman rescatando a las personas de la obesidad mórbida eran algo habitual. Así que tiene sentido que, en Action Comics #105 (1946), el héroe salve la Navidad obligando a Santa Claus a perder peso, utilizando métodos… poco ortodoxos.
En esta historia, escrita por Jerry Siegel y dibujada por Joe Shuster, todo comienza cuando un magnate desalmado llamado Jasper Rasper vuela en su helicóptero al Polo Norte para acabar con la Navidad. Al llegar, le obsequia a Santa una caja de chocolates, que el viejo Claus recibe agradecido y come inmediatamente, como el goloso que es. Lo que no sabe, es que los confites están adulterados con un químico que engorda exponencialmente a quien los coma. Efectivamente, cuando Santa despierta de una siesta, descubre que ahora es dos veces más obeso que antes. Esto es un grave problema, pues significa que ya no puede bajar chimeneas para entregar regalos. ¡La Navidad está en peligro!
Pero justo en ese momento llega Superman al Polo Norte, a salvar la situación. Al ver al viejo Santa más gordinflón que de costumbre, el superhombre decide que la mejor forma de librarlo de la grasa extra a tiempo para salvar la Navidad es por medio de una sesión intensiva de masaje (en qué momento Superman sacó su licencia de terapeuta de la salud, no es mencionado en el cómic).
Sin mucha vacilación, el héroe comienza a amasar las carnes de Santa, golpeándolo repetidamente en todo el cuerpo, con la idea que quitarle la grasa a karatazos. Luego de dejar bien ablandado al pobre barrigón, el hombre de acero decide que es hora de tomar medidas más drásticas. Convencido de que los sustos son buenos para la salud, procede a aterrorizar a su paciente haciéndolo creer que va a caer en un lago congelado. Luego lo lleva a México y activa un volcán, para que Santa sude las calorías en un baño sauna gigantesco.
Después de hacerlo correr a toda velocidad sobre los cables del puente Golden Gate, lo pone a esquiar en las aguas de la bahía de San Francisco, antes de llevarlo a Metrópolis a bailar maratónicamente con un par de señoritas vestidas como payasos. Para rematar, le mete a Santa un último susto exponiéndolo a ser aplastado por un meteorito.
Increíblemente, los sobresaltos y la calistenia funcionan, y Santa vuelve a su peso normal, justo a tiempo. Superman entonces ofrece sus servicios para ayudar a entregar juguetes. Por supuesto, el héroe podría haber hecho esto en primer lugar, en vez de ponerse a torturar a Santa y exponerlo a morir de un ataque al corazón. Pero, ¿dónde está la diversión en eso?