Al revisar los catálogos de villanos de los cómics de superhéroes, una característica resalta a la vista: buena parte de ellos tiene doctorados. Dr. Doom, Dr. Death, Dr. Light son apenas unos cuantos ejemplos. ¿Por qué pasa esto?
Primero que nada, es importante tener en cuenta que una táctica muy usada en la narrativa es enfrentar a personajes totalmente diferentes. Frecuentemente, el héroe es un personaje muy fuerte, por lo que la ley de opuestos exige que su contrincante sea físicamente débil. Por supuesto, un villano así no tendría oportunidad de triunfar, a menos que cuente con un poderío intelectual considerable que le permita compensar su fragilidad física. Y si de demostrar portento mental se trata, pocas cosas dicen “inteligencia” como un título de doctor, distinción académica únicamente asequible tras muchos años de estudio académico.
Pero, ¿en qué momento el doctorado se volvió signo de maldad? Es posible que para hallar la respuesta tengamos que regresar a tiempos previos al cómic, en la época victoriana de mediados del siglo XIX. Esta fue una era de múltiples descubrimientos científicos sorprendentes, que ocasionaron la llamada Revolución Industrial. La aparición de los trenes, los motores eléctricos, el bombillo incandescente, y la automatización de las fábricas, tuvo un fuerte impacto en la población, no siempre beneficioso.
Tanta maravilla tecnológica causó una cierta inquietud en la población y un temor hacia los que creaban tanto portento. Esta intranquilidad se convirtió en uno de los temas literarios más comunes, que inspiró obras fantásticas de hombres de ciencia que cruzan los límites morales a través de su propia arrogancia.
Probablemente una de las creaciones literarias más importantes de la época sea el Dr. Frankenstein, de Mary Shelley: un científico que intentó arrebatar el poder sobre la vida y la muerte de las manos de Dios, y cuando finalmente lo logra, es para crear un monstruo. Otro personaje ficticio que puede haber tenido una influencia negativa es el Dr. Moriarty, quien usaba todo su amplio acervo científico para complicarle la vida al Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle.
A principios del siglo XX, estas predicciones de búsqueda inmoral en la ciencia se hicieron realidad con el surgimiento de la bomba atómica: un arma creada por hombres de ciencia, tan horripilantemente poderosa que podía convertir en polvo a ciudades enteras en un instante.
Con el surgimiento de los cómics de superhéroes, los escritores reusaron principios narrativos ya existentes, como por ejemplo estos malvados personajes que están tan orgullosos de sus títulos académicos que no dudan en incluirlos en sus nombres de batalla.