Dicen que cada persona trae sus inclinaciones y aptitudes. Hay quienes de inmediato destacan en matemáticas y en deportes, pero también hay quienes encuentran fascinante la clase de idioma español.
El trabajo de las escuelas es que no solo aprendamos en las clases que se nos facilitan, sino también que podamos avanzar en las materias que son más difíciles para nosotros. Mis respetos y agradecimiento para los docentes que logran que niños, como la que yo fui, puedan aprender matemática. Sus lecciones me sirven hasta hoy.
Pero, en la clase de idioma era en la que me sentía a gusto, entendía todo de inmediato y ganaba sin ninguna dificultad. En mis tiempos, esta materia incluía literatura hasta el ciclo básico, en plena adolescencia. Mi profesor, René Tovar, hablaba de las letras como quien habla de una amada. Su fascinación era contagiosa y daba gusto leer gracias a su motivación y conocimiento.
He oído a muchos que gustan de la lectura decir lo mismo, que fue una maestra o maestro quien los introdujo en el amor a las letras. Claro, otros por tener otros gustos y aptitudes sentían que esa clase era lo más aburrido del pensum. No era raro que el profe de literatura fuera tomado como anticuado por los científicos y
atletas, pero eso no es cierto.
Un buen docente de literatura, o de cualquier disciplina del arte, puede cambiar la forma en que miramos la vida. Hace poco fui a una actividad de la editorial Santillana, con cientos de estos profesores de primaria, secundaria y diversificado. Me dio mucho gusto poder hablarles de mi nuevo libro, Detrás de la cortina.
Ellos deben decidir qué lecturas harán con sus alumnos cada año. Me sentiría muy honrada si eligen mi libro, así podría ser parte de ese momento en el que el niño y el adolescente descubren que una historia puede llevarnos a otros lugares, a vivir otras vidas.
En sus manos y clases está la clave para que haya más lectores desde temprana edad. Si todos tuviéramos un buen profesor de esta materia, la lectura sería algo natural. Ahora, si se eligen lecturas aburridas, o que nada tienen que ver con su realidad, y se da la sensación de que leer es un castigo, lo que quedan son malos recuerdos y pocas ganas de leer.
Ojalá que los colegios y escuelas en las que trabajan también los apoyen para mejorar sus clases, no solamente con buenos recursos sino con sueldos dignos.