Me encanta cuando me invitan a hablar con lectores de mis cuentos, sobre todo, si son jóvenes que, intuyo, también quieren ser escritores. Algo que siempre me preguntan es que si lo que escribo realmente me pasó a mí. Me lo han cuestionado desde que empecé a publicar hasta hace un par de semanas. Eso me hizo recordar un texto que escribí en 2009 en mi blog y que hoy les comparto.
“Uno de mis miedos es totalmente irracional: a la locura. Miedo a de repente perder la razón, salirme de mí, ser otra fuera de control, absolutamente loca”. Por ese miedo, creo, es que debo hacer que personajes tomen vida y hagan todo eso por mí. Los saco de mi lado más oscuro, engendrados y alimentados con mis más sombríos pensamientos.
Atropellar al perro de la vecina, empujar el carruaje de un bebé calle abajo, envenenar la comida que serviré en la cena, entrar en una iglesia repleta desnuda, vomitar en el restaurante más elegante de la ciudad. Ellos hacen todo eso y más, endemoniados, riendo como los dementes que son, luego procedo a matarlos, exorcizarlos, y sigo adelante. No me malinterpreten, no soy sicópata, así logro crear a mis personajes.
También admiro a las locas de otros, esas mujeres que en novelas y películas cometen actos de locura (que no de maldad). En literatura se me ocurren Yocasta, Madame Bovary, Mrs. Dalloway, la Maga, Alejandra (de Sabato). En el cine hay más, como muchas de las chicas Almodóvar que representan una manera divertida y hasta chic de ser loca (como la de Átame), de Buñuel, adoro a su “bella de día” y la chava de Ese oscuro objeto del deseo (que literalmente tiene dos caras).
Pero hay tres que me fascinan especialmente. Carolyn Burnham, la supuestamente perfecta esposa en American Beauty, de Sam Mendes, que desencantada recurre al adulterio y al asesinato; Laura Brown, en The hours (basada en la novela de Michael Cuningham), otra ama de casa, pero más joven y embarazada, que en los años 50 no encuentra otra salida a su aburrida vida, que intentar suicidarse con todo y el bebé en su vientre.
La tercera es April Wheeler, de Revolutionary Road, también de Sam Mendes. Es una mujer que ve poco a poco derrumbarse sus sueños, enclaustrada en su linda casa de suburbio. Su caída ocurre despacio, entre las supuestamente normales discusiones entre esposos. El cuento de hadas se vuelve una pesadilla”.
Es difícil, entonces, contestarle a las personas sobre algo tan complejo. Supongo que para cada autor funciona diferente pero, en esencia, hay mucho de su ADN, sentimientos y experiencias en cada personaje.
Dicen que Flaubert dijo: “¡La señora Bovary soy yo!”, ante la insistente pregunta acerca del origen de ese personaje. Este es un ejemplo de que el escritor se proyecta en sus creaciones, como una vida paralela que pudo pasar.