Son 119 días los que nos separan hoy del lunes 21 de enero, último día para que el Tribunal Supremo Electoral
convoque a las elecciones generales, pudiendo hacerlo, incluso, desde el ocho de enero, en cuyo caso la distancia sería de tan solo 106 días (descontando Guadalupe-Reyes, bastantes menos).
Las elecciones serán celebradas cualquier domingo del mes de junio, siendo en la convocatoria que el Tribunal defina el domingo escogido, el 2, 9, 16, 23 o 30 de junio
La inscripción de candidatos a presidente y vicepresidente, diputados al Congreso de la República y al Parlamento Centroamericano y alcaldes y corporaciones municipales podrá realizarse desde el día siguiente del día en que se convoque, y quedará cerrada dependiendo del día que se fije para la celebración de las elecciones (90 días antes de que estas se celebren) el 3, 10, 17, 24 o 31 de marzo.
Durante este período, el de inscripciones, no se podrá hacer propaganda política (tampoco antes), debiendo limitarse los partidos y los comités cívicos electorales (estos últimos solamente pueden postular candidatos a alcalde y corporaciones municipales) a inscribir candidatos.
Los candidatos, por su parte, tampoco podrán hacer ninguna propaganda durante el período de inscripciones, como tampoco antes. Concluido este período –el período de inscripciones– podrá realizarse ya propaganda política, etapa esta que tendrá una duración de 90 días exactos, o mejor dicho, de 88 días y medio, ya que la propaganda se encuentra prohibida el día de las elecciones y desde treinta y seis horas antes de ese día, es decir, desde mediodía del viernes anterior al que estas se realicen.
La segunda vuelta –de ser necesaria–, dependiendo del domingo de junio en que se haya celebrado la primera, tendrá como posibles fechas las de los domingos 21 y 28 de julio, 4, 11, 18 y 25 de agosto.
El presidente, el vicepresidente y los diputados al Congreso de la República tomarán posesión de sus cargos el 14 de enero de 2020 (los alcaldes un día después, el 15, día del Señor de Esquipulas) y, en consecuencia, tendremos un ganador de la segunda vuelta (presidente electo en cuanto el Tribunal Supremo Electoral le adjudique el cargo) entre 142 y 169 días antes de la fecha citada, largo período en que conviviremos con un presidente de la República y un presidente electo.
Si no hubiere necesidad de segunda vuelta por haber obtenido uno de los binomios presidenciales la mayoría absoluta de los votos válidos que se hayan emitido, la mitad más uno, el día domingo de junio en que se celebren las elecciones, esta convivencia (presidente-presidente electo) sería, incluso, bastante más larga.
Estamos a 119 días o menos (entre 106 y 119) de que se convoque a elecciones, y escribo esta columna como lo que considero una oportuna voz de alerta; la convocatoria a elecciones la tenemos ya encima y, así también el proceso electoral, proceso que se inicia con la convocatoria y que concluye con la adjudicación de los cargos, período en el que todos los días y horas son hábiles en
materia electoral.
Si no tomamos conciencia de ello, nos volverá a pasar ¿por qué habría de ser distinto? exactamente lo mismo: quienes no se hayan preparado a tiempo (hormigas y cigarras) quedarán marginados, perdidos en protestas callejeras, plantones en la plaza, tertulias cafeteras y/o cervecitas y aguardientes.
¡Componiendo el mundo, la mejor de las formas de que nada se componga!
Volveremos a escuchar estribillos –y con el mismo sonsonete– ya escuchados como aquel de que “En estas condiciones, no queremos elecciones”, estribillos de cuestionable honestidad puesto que desalientan la preparación debida y alimentan, conscientemente o no, que al final de cuentas (ese es el resultado) quede todo en manos de los mismos.
“En estas condiciones no queremos elecciones” ¿Se recuerdan del estribillo?
Pero cabe preguntarse ¿qué hicieron los que lo cantaban para que esta vez –cuatro años después– se dieran condiciones
distintas?
Los partidos políticos volverán a tener el monopolio de la postulación de candidatos, con excepción de la de alcaldes y corporaciones municipales, en que podrán hacerlo, también, los comités cívicos electorales que se formen al efecto.
Lo más grave es que los partidos políticos seguirán teniendo el monopolio para inscribir candidatos a diputado, siendo el Congreso -como lo es- la clave de todo, en sus manos el presupuesto y las leyes.
Habremos de elegirlos a través de un listado nacional (el 25% de los diputados) e incluso, también por listado, a los diputados distritales, ya que los distritos electorales son inmensos, cada departamento un distrito con excepción del de Guatemala, que tiene dos, el del municipio de Guatemala (la ciudad de Guatemala) el del resto de municipios, tan grandes estos como los otros y, así, una vez más, listados en que todo se esconde.
Usted, como todos los demás ciudadanos, seguirá sin saber –una vez más– quién es SU diputado.
Continuará.