¿Habremos de estar en el proceso electoral con todas las inconstitucionalidades a cuestas, incluida la de la absurda conceptualización del transfugismo?
Antes que nada, es bueno que sepan todos aquellos que anuncian una nueva forma de hacer política o una nueva forma de actuar en política que el anuncio que hoy hacen y que piensan –quizá– original e innovador constituye, precisamente, una vieja forma –viejísima– de hacer política o de actuar en ella.
El rimbombante anuncio, pues, no es nada nuevo y supongo que quienes lo han hecho en el pasado y lo repiten ahora creen –de buena fe– ¿Por qué dudarlo? que han descubierto o que están a punto de descubrir el agua azucarada y que por su medio –por primera vez en nuestra historia– se consigue que naveguen las actuaciones políticas por aguas virginales.
¿Cuál es la nueva forma de hacer política? ¿Cuál es la nueva forma de actuar en esta? ¿No ocurrirá una vez más, acaso, que sean los partidos políticos los únicos que puedan postular candidatos para integrar el Congreso? ¿Es esta, entonces, la nueva forma de hacerla, persistir en lo mismo? ¿No ocurrirá, una vez más, que el 25% de los diputados se elijan por lista nacional (interminable y tediosa lista nacional: treinta y uno los candidatos que contiene el listado)? ¿No ocurrirá, una vez más, que deban elegirse los diputados por distritos inmensos y sus consecuentes listados distritales (19, por ejemplo, en la lista distrital de los municipios del departamento de Guatemala, 11 en el de Guatemala, capital, 10 en la del departamento de Huehuetenango, 9 en la de San Marcos, 9 en la de Alta Verapaz, 8 en la de Quiché, 7 en la del departamento de Quetzaltenango…)?
Y si es así – y así será-, ¿Cómo podrá saber alguien quién es SU diputado? ¿No será, acaso, que una vez más figurarán los cabezones de los partidos en las primeras posiciones y que se usará al resto de candidatos tan solo de relleno, sin que tengan estos últimos ninguna posibilidad ser electos? ¿Acaso serán los candidatos indígenas, una vez más, quienes hagan de relleno? Y, si es así –y será así como será en el próximo proceso electoral–, ¿Cuál podría ser la forma distinta en que se haga política o que se actúe en esta? ¿Por qué habríamos de conseguir resultados políticos distintos, si se hace lo mismo?
En cierta ocasión, me comentaba un candidato a la Presidencia de la República que él sí creía en la descentralización y que, así, personalmente –este el ejemplo que planteaba y la prueba de su compromiso con lo que pensaba– llegaría a los diferentes municipios de los distintos departamentos y que allí mismo –empapado de los problemas, en el propio lugar– tomaría las pertinentes decisiones o que bien –a lo sumo– las tomaría e implementaría en la capital, a su regreso, pero conforme a lo escuchado en el campo, de viva voz de los pueblos visitados.
Tal era su concepto de descentralización, del funcionamiento descentralizado del Estado pero, la verdad de las cosas, es que tal concepto –pese a su buena voluntad– no significa otra cosa que la entronización más centralizada que podría haber del centralismo.
El Presidente jugando como reina del tablero de ajedrez…. ¿Cuál, me pregunto, la nueva forma de hacer política? ¿Acaso la de los “nuevos buenos”, en contraste con la de los “anteriores buenos”, ahora ya desplazados de la virtud y malos?
¿Los buenos contra los malos –esa la novedad propuesta– otra vez? ¿La nueva forma de hacer política y de actuar en política, la descalificación –sin más– de todo contendiente? ¿Qué tiene esta forma o tiene este actuar de novedoso? Otra vez todo en función de una figura, impoluta y pura ¿Novedoso? Aquí estamos los buenos y allá están los malos. ¿Tal, la novedad?
¿El mismo sistema, por las diferentes caras, sería –por ese solo cambio– diferente?
Toda la culpa la tiene el gobierno que se va. ¿Suena esto, acaso, a algo distinto?
Bueno, parece ser que va llegando ya el momento y que –armándonos de paciencia– habremos de escuchar las nuevas formas de hacer política y de actuar en ella: El pollo le dijo al conejo y el conejo le dijo al pollo…
Ya empiezan los señalamientos, otra vez, de “campaña anticipada”, confundiendo el agua con el aceite, la propaganda –una cosa– con el necesario debate, cosa distinta.
¿Cuánto duró la campaña de Hillary Clinton? ¿Campaña anticipada, expresar su pensamiento y debatirlo?
Las necedades impulsadas por la clac mediática –ahora se vuelven en su contra– han llevado a absurdos tales, como el de la prohibición de publicar encuestas desde quince días antes de las elecciones.
¿Y qué pasa, entonces, con la libertad de emisión del pensamiento?
¿Habremos de estar en el proceso electoral con todas las inconstitucionalidades a cuestas, incluida la de la absurda conceptualización del transfuguismo?
Y el conejo le dijo al pollo y el pollo, al conejo… y aquí estamos los “nuevos buenos” contra los malos, y aquí estamos –haciendo exactamente lo mismo– los que ahora introducimos una “nueva” forma de hacer política que sustituye –¡Eureka!– a todas las “nuevas” formas anteriores…
¿Y el debate de los problemas nacionales? ¿Y la formulación de propuestas? ¿Y la sustentación de las mismas?