El 18 de julio de 1949 fue asesinada la Revolución de Octubre de 1944, habiendo bastado para hacerlo con asesinar a Francisco Javier Arana, ya que, con tal asesinato, la revolución dejó de ser plural –en ella cabían todos, sin distingos– y, eliminado este, se sesgó hacia fines que no había perseguido, engolosinado el grupo asesino con teorías comunistas, ¡qué trágica utopía!, comunismo que quiso entronizar entre nosotros (es decir, la sangrienta tiranía para la alcanzar lo inalcanzable –utopía como es el comunismo– una tiranía que se iría haciendo, poco a poco).
El 54 no fue sino una reacción al asesinato de la Revolución que se perpetrara el 18 de julio o de 1949, y si se quiere profundizar en los antecedentes del enfrentamiento de los 36 años,1960-1996, no bastaría con retroceder a 1954 sino que sería preciso retrotraerse al asesinato de 1949, la raíz determinante del conflicto y de la polarización entre las partes.1954, tan solo reacción. 1949, el silenciado origen.
La sustracción de lo agrario de la protección del amparo, la eliminación de magistrados independientes, pasos sucesivos.
Tal y como he afirmado que Chávez no fue causa, sino efecto, la necesaria consecuencia de un régimen corrupto que acabó consigo mismo, también afirmo que el 54 no fue la causa, ni la raíz del conflicto, sino una reacción contra lo que era ya para entonces la revolución secuestrada, asesinada; secuestrada y asesinada, como lo había sido, la de 1944, a partir de aquel citado fatídico, 18 de julio de 1949.
Si no se hubiera asesinado a la Revolución, el 18 de julio de 1949, esta hubiera seguido su rumbo –el rumbo plural que la había originado y que alcanzaba hasta entonces, con muchos tambaleos pero con paso firme, múltiples conquistas, y lo más probable es que Francisco Javier Arana hubiera sido electo Presidente en las elecciones de 1950, y quizá lo hubiera sido Jacobo Árbenz en las de 1956 (el período presidencial era entonces de seis años) aunque, en estas segundas, pienso que las habría podido ganar cualquiera de los Jorges, Jorge García Granados o Jorge Toriello, ya suficientemente madura para entonces nuestra democracia para el triunfo de otro Presidente civil e, incluso, surgido de civiles que hicieron la Revolución del 20 de Octubre, en el caso de García Granados, participante que había sido, también, del Movimiento Unionista
Algunos quisieran obviar la historia, historia que evidencia que en Guatemala, asesinada la Revolución del 20de Octubre de 1944, el grupo asesino que se fue haciendo del poder, intentó conducir a Guatemala a una tiranía comunista ¡Trágica utopía, el intento de alcanzarlo, que tan solo se queda en tiranía! Ingenuos –los bien intencionados –que no se percatan de que quienes la impulsaban escondían la mano hasta poder asestar el golpe (tal y como, años más tarde, ocurriera en Cuba, negada, originalmente, toda pretensión comunista en la revolución cubana).
Minoritarios los comunistas, solapados, confundidos entre los demócratas, hasta qué pudieron asestarlo, así fueron también los bolcheviques, en 1917, minúscula fracción que aprovechó las tibiezas de Kerensky para asestar el suyo. Para justificar el crimen, los asesinos de ayer y de ahora –los que siguen sosteniendo la patraña– aseguran que Francisco Javier Arana habría sido destituido del cargo de jefe de las Fuerzas Armadas por el Congreso –el Organismo del Estado que podía hacerlo– lo que es absolutamente falso, ya que el Congreso de la República (la Asamblea, entonces) jamás lo destituyó de su cargo, mentira a la que añaden que su asesinato se produjo cuando intentaban ejecutar una orden de captura en contra suya, orden de captura inexistente.
También afirman los asesinos de entonces y los de ahora –los que siguen sosteniendo la patraña histórica– que Francisco Javier Arana habría hecho un ultimátum al presidente Arévalo, mentira que el propio presidente Juan José Arévalo Bermejo desmiente en su libro Despacho Presidencial, tal y como desmiente que Francisco Javier Arana hubiese participado en alguna conjura en su contra, afirmando, por el contrario, que sostuvo –tal y como le correspondía hacerlo– la institucionalidad del Estado.
Arana –militar de línea, soldado– era expresión de nuestro pueblo y de la Revolución de Octubre, plenamente compenetrado con sus aspiraciones sociales y profundamente democráticas, un estorbo para quienes quisieron sesgar la Revolución y llevar a Guatemala al comunismo –o mejor dicho– a la tiranía que supuestamente le precede, el comunismo, trágica utopía, inalcanzable. Cuando esto se entiende, es demasiada ya la sangre. “¡Qué trágica utopía!”
Se da ya un nuevo aniversario del asesinato de Francisco Javier Arana y de la Revolución de Octubre del 1944, un crimen que carece de importancia para quienes creen que una vida no importa, si se trata de una sola, y no llegan a comprender, ni siquiera a estas alturas, después de todas las tragedias que hubimos de vivir, que quien no respeta una vida, ninguna respeta, y que quienes justificaron y justifican el primero de los crímenes, abrieron las puertas, de para en par, para todos los restantes.
Sirvan estas líneas como un homenaje a la memoria de Francisco Javier Arana y a la memoria de la Revolución de Octubre, y como un homenaje a su familia, que me imagino que muchas penas –además de la de su ausencia irreparable– debe haber pasado múltiples penurias económicas propias del exilio, la familia de aquel que –intachable– pasó, con la plena satisfacción del deber cumplido, por las más altas instancias del Estado.