Breve su mandato pero luminoso y señero, inusual en nuestra historia.
Hubiéramos querido que hiciera mucho más pero salió sin mancha –suficiente– y con la inmensa satisfacción del deber cumplido.
Cometa opaco, sin duda, para quienes no quieran ver la luz, Alejando Maldonado Aguirre dejó la Presidencia de la República dejándonos a todos el mejor de los ejemplos: el del honorable
–el honrado– ejercicio del poder: cometa, sin lugar a dudas (breve su mandato) pero luminoso y señero, inusual en nuestra historia.
Hubo grupúsculos que quisieron que se formara un gobierno inconstitucional transitorio y que Alejandro Maldonado Aguirre, llegado constitucionalmente al ejercicio del poder, se prolongara –inconstitucionalmente– en ese ejercicio, al menos por dos años “para refundar el Estado”… ¿Qué refundación podía ser aquella, haciendo exactamente lo de siempre, el atropello del orden constitucional y de las leyes?
Tal y como –en su momento– me permití compartirlo con ustedes tuve la certeza de que este no sucumbiría a los cantos de sirena tentadora la oferta para aquel que, en su momento, quiso gobernar y realizar tantos y tan profundos cambios ¡La oportunidad para hacerlo! pero sabía que habría de pesar más en él –como en efecto pesó– el jurista y el demócrata, el ciudadano probo que bien sabe que no se combate el delito, con delitos, ni puede el Derecho realizarse, con el atropello de las leyes.
El 14 de enero –hace ya dos años– hizo entrega Alejandro Madonado Aguirre de la banda presidencial, tal y como le correspondía hacerlo, ni un día antes, ni uno después, logro que parecería más que suficiente para su breve y peculiar mandato: finalizar el período constitucional –el mandato puesto en sus manos– ni un día antes, ni uno después –y sin llevarse– casi resulta este un caso solitario en nuestra historia ni un solo centavo mal habido, las alforjas llenas, sí, del mejor de los tesoros, el de su propio corazón. (“Paupérrimo legado”…)
Se celebraron, bajo su presidencia, elecciones libres, sin mancha alguna, tanto en la primera como en la segunda vuelta electoral –ajeno el Estado a todo sesgo partidista– y sin que haya existido ninguna injerencia del ejecutivo en pro o en contra de candidato alguno (y sigue el “paupérrimo legado”…).
Los tribunales de justicia pudieron desenvolverse en todo su mandato sin presiones de ningún tipo y otro tanto las instituciones de control del ejercicio del poder, la Contraloría General de Cuentas, el Ministerio Público, la Procuraduría General de la Nación y el Procurador de los Derechos Humanos. (¿Será este, también, otro “paupérrimo” legado?).
Tampoco metió sus manos en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, la Superintendencia de Administración Tributaria, el Banco de Guatemala o cualquier de las otras entidades autónomas que integran el Estado. (Respetuoso fue de autonomías y de independencias… ¡Qué “paupérrimo” legado!)
Muchísimo más hubiera querido yo que hubiera hecho ¡Es tanto lo que debe hacerse en Guatemala! tal y como lo hubieran querido muchísimos otros guatemaltecos, pero esa no es razón para que le neguemos los méritos citados que me he permitido señalar y máxime si comprendemos que dadas las circunstancias de su acceso al poder y de lo corto del mandato optó por ser más el jefe de Estado, representante de la unidad nacional que el jefe de Gobierno.
Y cierro: no se cebó el Presidente anticomunista con el Presidente encarcelado –fácil forma de hacerse popular– sino que, tal y como le correspondía hacerlo, dejó su suerte en los tribunales de justicia, sabedor, además, que la prisión preventiva no debía convertirse en un castigo, respetada –como debía respetarse– la presunción constitucional de inocencia.
Claro que duele a aquellos que no logran superar sus sueños de opio ¡Qué trágica utopía! que el Presidente anticomunista –así etiquetado– responda a este retrato, el de la probidad “casualidad de casualidades” común a Carlos Castillo Armas, Luis Arturo González López, Enrique Peralta Azurdia y Guillermo Flores Avendaño.
Ojalá que tengamos al frente del Estado –y para bien de todos– muchos otros cometas como este o mejor aún, alguien que teniendo el tiempo suficiente y no el precario que se tuvo, pueda ejercer, a plenitud, las jefaturas de Estado y de Gobierno
–ambas empeñadas al unísono– en romper el círculo vicioso de la ignorancia, la enfermedad y la miseria.
Su estafeta –obras son amores– la del probo deber cumplido
¡La mejor estafeta!.