Últimamente somos testigos a través de telenoticieros y redes sociales, de gran cantidad de videos en donde jóvenes y señoritas deciden resolver sus “diferencias” a través de los golpes. Algunos compañeros de ellos graban esos encuentros, los suben a las redes sociales y todos nos enteramos de los enfrentamientos.
Lamentablemente, los compañeros o compañeras en lugar de separar a los o las contrincantes, hacen porra a favor de alguno de ellos y motivan a la continuidad de la pelea, hemos visto que cuando alguien quiere impedir que continúen con tan bochornosos espectáculos, se pueden generar algunas acciones, entre ellas: los espectadores abuchean a quien evita que siga la pelea o en su defecto, otros los golpean y la pelea se amplía. He visto con mucha tristeza que en algunos casos son los padres los que motivan a sus hijos, a que se defiendan y le den su “merecido” a otro joven o señorita con quien desde hace tiempo tienen algunas dificultades; o simplemente aconsejan a sus hijos que cuando alguien les haga o diga algo, no se dejen y se defiendan.
En conversaciones con otras personas, algunas de ellas profesionales, señalan que esa realidad debe dejarse, que son formas en las que las personas desde pequeñas empiezan a enfrentarse a lo duro de la vida y aprenden a resolver aunque sea a golpes las dificultades. ¡Qué forma de pensar! Es triste escuchar esa forma de ver las peleas, la violencia conduce a más violencia. Una sociedad violenta se acostumbra a esta condición, ya no le extraña, más bien la aplaude, se hace parte de su imaginario y se ve como algo normal, aun no siéndolo.
Lo evidente es que muchos de los niños o jóvenes que son violentos viven en un contexto de violencia, los padres practican la violencia con su pareja, con sus demás hijos, y a la vez, hablan propulsándola. No debemos continuar así, los padres principalmente somos quienes trazamos la línea que queremos que nuestros hijos sigan, las actitudes que expresamos, los valores y principios que practiquemos serán los que nosotros los adultos les hemos transmitido y, sobre todo, lo que ven en nosotros.
No es correcto que prediquemos y no nos convirtamos, es muy importante estar claro que una sociedad violenta produce permanentemente dolor, tristeza, odio, rencor y mucha rabia.
Debemos construir una sociedad democrática, respetuosa, incluyente, equitativa y verdaderamente respetuosa de las diferencias, solidaria, cooperativa, armónica y propulsora de paz.
Todos, desde el escenario en donde estamos, tenemos que hacer algo por lograr esa sociedad y evitar que se siga alimentando el odio y la violencia en nuestra círculo cercano, de esa forma construiremos una sociedad mejor y, sobre todo, le heredaremos a nuestras futuras generaciones un país en el que se sientan dignos y vivan en armonía.