Escuché la historia de una persona extraordinaria, un hombre sencillo, de quien, a pesar de lo que ha logrado hasta ahora, pocos conocen las dificultades que tuvo que enfrentar en la vida, los retos, los sacrificios y los miedos.
Lo que queda claro es que nada es gratis en este paso por el mundo; todo tiene un precio, allá nosotros si lo queremos pagar. Al escuchar su relato vino a mi mente cuántas personas podrían llegar lejos si tan solo se animaran a enfrentar el miedo al fracaso o el miedo a la distancia y a la separación.
Recordé amigos decir: yo ya no seguiré estudiando porque no quiero irme de mi pueblo o aldea, yo no haré la prueba en un equipo de futbol de otra ciudad u otro país, porque dejo a mis amigos, mi familia, mi novia, cualquier pretexto.
Obviamente, hablo de los tiempos donde no había redes sociales u otro de los medios modernos que de forma gratuita facilitan la comunicación. Hablo de tiempos en los cuales pocas familias tenían teléfono en su residencia.
Para comunicarnos con nuestras familias a distancia teníamos que hacerlo en una cabina de Guatel; hacíamos una cita, le avisaban a nuestros familiares y ambos acudíamos a la cabina, cada uno desde el lugar en donde se encontrara, si era en la República de Guatemala, o de otro país, en la empresa de telefonía correspondiente, nos reportábamos y llegaba ese ansiado momento.
A veces usábamos el famoso telegrama para comunicarnos escuetamente o para pactar citas; era un verdadero protocolo, era caro, pero valía la pena.
En esos tiempos tomar la decisión de salir de su lugar de origen era un verdadero sacrificio, ya sea a trabajar o a estudiar.
Yo tuve la oportunidad de vivir fuera de mi casa, por razones de estudio, desde los 11 años, y las cabinas de Guatel fueron mis aliadas para comunicarme con mi amada madre.
Me fui al extranjero y siguió mi comunicación todos los miércoles a las 7 de la noche, en acuerdo establecido. Fueron años de sacrificio y nostalgia para encontrar otros rumbos, probablemente mejores.
Hace unos años oí decir a un amigo que conoció a una persona del área rural que había logrado una beca para estudiar una ingeniería, había avanzado dos años en sus estudios, era brillante, pero no soportó estar lejos de su familia, y se regresó. También sé de grandes deportistas que les ofrecieron fichajes en equipos de otros países, algunos no se animaron, otros lo hicieron, pero su nostalgia les hacía no rendir, y se regresaron.
Actualmente existen muchas posibilidades; las universidades ya tienen sedes en el interior del país, las becas aumentaron significativamente para hacer estudios en el extranjero; las oportunidades no deben dejarse pasar.
Jóvenes, Guatemala tiene talento, pueden llegar muy lejos, solo necesitan un poco de determinación y sacrificio; salgan, vuelen, conquisten el mundo, y regresen a sus comunidades a transformarlas. Necesitamos valentía y no olvidar las raíces; nosotros podemos hacer de nuestro país un gran país.