La noche del lunes trascendió la noticia del fallecimiento de la artista guatemalteca.
Tal como su autora, la obra de Nan Cuz brilló con luz propia en el arte nacional. La magia y las emociones dominaron una creación naif que abarcó la pintura y el grabado, pero también la fotografía. La noche del lunes trascendió la noticia del fallecimiento de la artista de 92 años.
Una historia fascinante
Nan Cuz nació en Senahú, Alta Verapaz, en 1927. De madre maya q’eqchi’ y padre alemán, con tan solo seis años la pequeña se trasladó a Alemania, donde creció, estudió y dio sus primeros pasos en el arte. Precisamente ese temprano y casi traumático rompimiento con su lugar de origen y su familia materna, así como su deseo de conservar sus raíces, quedó manifiesto en mucha de su obra.
En Alemania, Cuz trabajó como fotógrafa de un diario, en el que George Schaefer, su esposo, era responsable de la sección cultural. Fue a partir de ese desenvolvimiento en la cultura, que Nan empezó a pintar, comenta Adrián Lorenzana, productor artístico de Fundación Paiz, organización que hace dos años le dedicó una retrospectiva a la creadora.
Obra
De acuerdo con el historiador de arte Guillermo Monsanto, la muerte de Cuz representa una gran pérdida para el arte local: “Aunque pertenece a la Generación del 60, posee luz propia. Su obra es única, pues es naif, pero no se amarra al arte popular, sino que se libera de esa carga conceptual”. Resalta, sobre todo, su faceta como pintora y grabadora, y que forma parte de un momento en el que era muy difícil visualizar mujeres artistas trabajando.
El mestizaje que corría por las venas de Cuz está muy presente en su creación. “Su lado indígena la hace amarrarse a la madre tierra, y el europeo la hace ver iconográficamente una serie de valores estéticos correspondientes a la familia trinitaria”, indica Monsanto. Por eso, dice, la creadora fue una figura satélite y con independencia temática del resto de sus contemporáneos.
El trabajo de Cuz comenzó a tomar auge en Europa y, en 1968, la entonces primera dama de la nación, Sara de Méndez Montenegro, la invitó a volver a Guatemala para exponer su obra, afirma Lorenzana. Así, la artista se reencontró con su madre y con sus raíces, y finalmente se estableció en Panajachel, donde fundó la Galería Nan Cuz. “Se vuelve una pionera y una luchadora en un área en que el arte culto no es usual”, destaca Monsanto.
La creación de Nan está en colecciones muy puntuales; sin embargo, en marzo de 2017 Fundación Paiz rescató su legado con la muestra Magia y emociones. “Fue un reencuentro con su mundo mágico, desde que estaba en Alemania y hasta su regreso al país. Una de las cosas más maravillosas fue descubrir las ilustraciones que realizó inspirada en cuentos americanos. Era una persona única”, expone Lorenzana.
