El sábado se cumplen 25 años de la muerte de este maestro de las tablas nacionales.
La de Hugo Carrillo (1929-1994) fue una vida dedicada al teatro. Sus días transcurrían entre la revisión de anotaciones y gestiones para sus obras; mientras que sus noches olían a café y cigarro, y sonaban a la máquina eléctrica de la que salieron páginas nutridas de esa cotidianidad que observaba casi obsesivamente. El sábado se cumplen 25 años de la muerte de quien fuera dramaturgo, director y productor, pero, sobre todo, un maestro de las tablas nacionales.
Contemplar el paisaje
Corría 1985, y el Festival de Arte y Cultura de Antigua se había trasladado a la capital guatemalteca. Hugo Carrillo propuso entonces presentar una adaptación teatral de Historia de un Pepe, de José Milla y Vidaurre. “Tenía apuntes, pero no tenía escrita la pieza. Comenzó a escribirla y convocó a un elenco dos meses antes de la fecha de estreno; así que se juntó su trabajo de dramaturgia con los ensayos. Prácticamente salía de su casa con las hojas, hacía fotocopias y se las entregaba a los actores. Eso le permitió terminar el montaje en un tiempo récord”, recuerda su sobrino, el periodista, escritor y dramaturgo Rodrigo Carrillo.
Para Carrillo, quien fuera su asistente de dirección en diversos montajes, ese pasaje ejemplifica bien el proceso creativo del dramaturgo: “Agarraba una obra y la trabajaba en las noches de desvelo, café, trago y cigarro”. Otras veces, agrega, tenía baches de imágenes que necesitaba completar. Leía y releía, y sobre todo, salía a la calle a respirar cotidianidad, porque, para el maestro, el teatro y los personajes debían demostrar cómo era la gente en realidad.
Hugo Carrillo, quien, al igual que los dramaturgos Manuel José Arce y Manuel Galich, vivió en el callejón Del Fino del Centro Histórico capitalino, se levantaba todos los días muy temprano a revisar sus apuntes. “Por la noches se le venían imágenes, textos y diálogos que anotaba y dejaba sobre su mesa de noche; y de día los trataba de descifrar”, relata su sobrino. Este proceso se completaba en su misma habitación, donde tenía un escritorio y un corcho con postales, fotos y extractos de poemas que formaban un “paisaje de cosas bonitas” que lo inspiraban.
Su obra
Esos días y esas noches de inhalar y exhalar teatro dieron origen a una vasta creación propia, que incluye La calle del sexo verde, El corazón del espantapájaros y La herencia de la Tula. Además de adaptaciones de clásicos como María (Jorge Isaacs) y Doña Bárbara (Rómulo Gallegos), que versionó pensando en un teatro para estudiantes, que incentivara a estos a leer y, a la vez, diera temporadas completas de trabajo a actores y técnicos.
Precisamente la única versión que no surgió con miras de teatro para estudiantes se convertiría en su pieza más conocida. “Cuando Miguel Ángel Asturias ganó el Nobel de Literatura vino a Guatemala, y el maestro hizo un collage con estampas de sus obras que se presentó en el Conservatorio Nacional (…) El escritor quedó fascinado y lo invitó a hacer la adaptación completa de El Señor Presidente”, apunta Rodrigo Carrillo.
La pieza, para la que eligió a Rubén Morales Monroy como director, fue la primera en lograr el hito de cumplir 100 representaciones en Guatemala, salió de gira por Centroamérica y posteriormente fue montada por el grupo Rajatabla de Venezuela.
Personal y compartido
Siempre que el dramaturgo escribía una obra, lo hacía con miras de llevarla a escena. Después de la creación, compartía sus textos a su familia y amigos cercanos, como los artistas Luz Méndez de la Vega, Luis Domingo Valladares y Ramón Banús, para escuchar sus opiniones. Hasta que la pieza se estrenaba en la sala, Carrillo seguía con obsesión su desarrollo, incluidos vestuario, maquillaje y esa escenografía simbólico-simultánea con la que le gustaba hacer pensar al público, rememora su sobrino.
A pesar de esa creación compartida y de ser muy receptivo con las ideas de su equipo, el artista era celoso de sus textos. Un buen ejemplo es el día en que impidió el estreno de El Señor Presidente en Madrid, España, porque Carlos Giménez, el director de Rajatabla, le había añadido una escena. O cuando se negó a otorgar los derechos de esa misma obra al neoyorquino Joseph Papp, por considerar que quería convertirla en una “telenovela de amor”.
Figura indiscutible
Carrillo fue una figura de autoridad teatral y literaria, pero, sobre todo, un hombre querido por su equipo. “Perderlo fue como perder a un padre. No solo era dramaturgo y director, era un maestro que enseñaba la ética, la mística y la vocación popular e histórica que tiene el teatro”, señala la actriz Margarita Kenefic, quien trabajó con él en piezas como Historia de un Pepe y Drácula.
Kenefic, con cuyo nombre Carrillo bautizó a uno de los personajes de su obra Las orgías sagradas de Maximón, asegura que a los actores el artista los formaba sobre sus fortalezas, pero también les imponía retos. Con ella y otros intérpretes, la labor fue más allá de la actuación, pues los encaminó a la dramaturgia, enseñándoles sus métodos y heredándoles su guía.
Recuérdelo hoy
Integrantes del Teatro Club, el colectivo fundado por Hugo Carrillo, entre los que se cuentan Margarita Kenefic, María Mercedes Arrivillaga, Mercedes Arce, Liwy Grazioso, Bitty Herrera y Luis Escobedo, se reunirán para una lectura interpretativa de Las orgías sagradas de Maximón. Asista hoy a las 18:30 a Tras Bastidores, del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. La entrada es libre.