Ayudado por tres cámaras, dos digitales y una análoga, el fotógrafo mexicano Pablo Sierra comenzó a construir la urbe que tantas veces se le ha manifestado en sus sueños. Con imágenes superpuestas de Nueva York, Chicago, Ciudad de México, Tikal y Antigua, asentó calles, una plaza central y hasta un lago en La Ciudad, los Sueños y la Conciencia. El autor nos lleva por una colección que puede visitarse hasta el 15 de noviembre en la Galería José Gorostiza, del Instituto Cultural de México, 2a. avenida 7-57, zona 10. Admisión gratuita.
Exploración
Por un imponente portal, la imagen que da la bienvenida a la muestra, entramos en La Ciudad, los Sueños y la Conciencia. No es la primera vez que Pablo Sierra cruza esta puerta, pues esta colección nació luego de que una urbe se manifestara, en repetidas ocasiones, en sus sueños. “Podía estar en una calle principal o en un sistema de metro, pero era siempre el mismo lugar. Entonces decidí explorar su significado y regresarlo a la mente consciente”, explica.
Para recrear su ciudad, Sierra usó no solo de su experiencia como retratista, también de su formación en Bellas Artes. Comenzó a dibujar sus sueños y luego se entregó a la tarea de fotografiar distintos paisajes, de Tikal a Nueva York, combinarlos manualmente en el estudio y finalmente recapturarlos digitalmente. El producto final, dice, es un catálogo intermedio entre lo etéreo y lo físico.
Sus espacios
Durante nuestra visita a esta metrópoli, un compás náutico nos guía hasta sitios como el Lago Amanecer o la Plaza Central. Pero también a momentos más íntimos del autor, representados en piezas de menor formato. “Tenía la necesidad de mostrar mis experiencias y rompimientos personales, pero no de una forma pública. Para apreciarlos debes estar cerca y no del otro lado de la sala”, afirma el originario de Guadalajara, Jalisco.
A pesar de sus rascacielos, la ciudad de Sierra parece ser devorada por la naturaleza. De hecho, la presencia del verde contrasta radicalmente con la de las figuras humanas, que no aparecen sino hasta el final. Esto, asegura el autor, es su forma de alejarse de los retratos y de lo repetitivos que eran en su obra. Una vez que hemos constatado que el lugar no está deshabitado, tomamos el portal de vuelta a la realidad.