En 1973, una imagen del mandatario chileno Salvador Allende con el brazo levantado durante un discurso dio la vuelta el mundo. Detrás del objetivo estaba, nada más y nada menos, María Cristina Orive. La retratista guatemalteca, cuya obra dejó el fotoperiodismo para convertirse en arte, falleció el sábado a los 86 años.
Encuadre particular
Nacida en Antigua Guatemala, María Cristina Orive se inició en el periodismo cultural en medios locales, como Radio Faro Aviateca y El Imparcial. Al mudarse, primero a París, Francia, y luego a Sudamérica, se desarrolló como reportera gráfica y más tarde se sumergió en la fotografía. De acuerdo con el artista Guillermo Monsanto, este paso lo dio gracias a un encuadre muy particular, intereses refinados y amplia cultura: “Una secuencia de aciertos, encuentros y personajes le dieron la oportunidad de apreciar, mediante el retrato, una universalidad que fue reconocida tempranamente”.
Según Monsanto, el legado de Orive en la fotografía es comparable con el Carlos Mérida en la pintura. “Como artista tuvo una obra segura, sustentada profesionalmente, culta y de lenguajes globales; fuerte y contundente. Su trabajo, prácticamente desconocido en el país, se exhibe y se ha visto en las mejores salas del mundo y es soportado por amplias críticas y compilaciones”, explicó.
Pionera
Uno de los roles más importantes de la guatemalteca fue el de gestora cultural. En Argentina, en 1973, junto a su colega y amiga Sara Facio, fundó La Azotea, la primera editorial latinoamericana dedicada exclusivamente a la fotografía. “Hizo visible una disciplina que pocos entendían como arte. La valorizó y colocó a la par de las otras expresiones visuales”, destacó Monsanto.
En el país, algunas de sus piezas están resguardadas en el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica y en colecciones como la Monesco, de Galería El Áttico.