El Cairo, EFE
Con el asesinato de Hasán Nasrala, líder del grupo libanés Hizbulá, por Israel, y la decapitación de su cúpula, el Líbano se encuentra en una situación de incertidumbre.
Grandes potencias aprovecharán la oportunidad para reconfigurar el país ante un posible debilitamiento de la formación chií, un plan que podría crear un nuevo caos.
“Somos un poco como un pollo sin cabeza en este momento, en un Estado extremadamente débil. Completamente desmantelado, así que algunos grupos van a tratar de tomar el control”, “, afirmó el analista en seguridad y política libanesa, Georges Haddad.
“Probablemente habrá un montón de personas influyentes, de operaciones y de oportunidades para construir una nueva estructura de poder”.
Según una fuente diplomática europea, “está claro que dentro del Gobierno libanés esta es la ocasión de reformar y elegir un presidente. Hay deseo y conciencia de la gravedad de la situación”.
El Líbano lleva dos años sin presidente, por lo que el gobierno -encabezado por Najib Mikati- es aún interino.
Además, el jefe del Parlamento, Nabih Berri -quien lidera el partido Amal, cercano a Hizbulá-, lleva 32 años en ese puesto.
Hay, además, todo en un crisol integrado por 18 sectas religiosas que conviven -o intentan convivir- en el país mediterráneo.