domingo , 24 noviembre 2024
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Una poeta poco conocida

El gusto y la sensibilidad política de un buen número de escritores y lectores guatemaltecos se ha forjado bajo los parámetros que establecía la estética modernista y tomando como modelo al canon literario de principios del siglo XX.


Lola Montenegro (1857-1933) es quizá una de las principales personalidades del medio escrito de su época. Hacia finales del siglo XIX ya se había ganado un lugar en diversos medios escritos y sociedades literarias, que empezaron a difundir sus versos. Su experiencia vital, marcada por el dolor, repleta de desgracias, sufrimientos y desventuras, fue el sustento que nutrió su poesía.


El presente libro hace justicia a su fecunda trayectoria, mediante la compilación de casi todos sus escritos conocidos, así como una selección de notas y comentarios que ayudan a delinearla mejor.

Historias con las que estará identificado

En esta nueva publicación, César Yumán demuestra su amplia destreza con el lenguaje; construye historias plagadas de amor, violencia y desesperación.


Los personajes propician el espacio ideal para la ternura y el crimen; los cuentos de Yumán se presentan como escopetas de significado. Cada lector podrá enfrentarse a ellos y configurar su propia forma de digerirlos.


Baila: Playlist II llega para enriquecer la bibliografía de una de las voces contemporáneas más propositivas de Centroamérica. El lector no saldrá ileso de este libro, pues al escuchar alguna de las canciones presentes en esta segunda playlist, revivirá a los personajes que lo habitan.


El libro está a la venta en Editorial Cultura, 6ª. calle 4-17, zona 1.
El precio: 80 quetzales.

EL SUICIDA

Al pie de la Biblia abierta —donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo— alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.


Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.


¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era esa? Alguien —¿pero quién, cuándo?— alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien. Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.


Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.
Enrique Anderson Imbert (Argentina, 1910-2000)

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