Francesc Miralles (1968)
Hacía horas que Mariana no lograba conciliar el sueño. Aunque tenía clase en el instituto a la mañana siguiente, acabó saltando de la cama, dirigiéndose hacia el ordenador. Desde que su mejor amiga había hecho una fiesta sin invitarla, se sentía humillada y llena de rabia. Al hablarlo con ella, le había dicho que la fiesta había sido idea de Jenny, una chica de clase con la que Mariana no se hablaba.
“Para que no se produjera una situación difícil”, argumentó, “esta vez no te invité, pero ha sido una situación especial”. Mientras Mariana encendía el ordenador, un trueno hizo retumbar la ventana abierta. Al ir a cerrarla, vio una figura extraña: un joven vestido de payaso esperaba en la parada del autobús nocturno.
Antes de sentarse frente al ordenador, se preguntó quién sería aquel payaso que volvía a casa de madrugada sin haberse podido cambiar. Entró en Facebook y fue directamente a su agenda de amistades. Vio que eran demasiadas. A muchas personas apenas las conocía, y otras que conocía bien no podían llamarse así.
“Tengo que hacer limpieza”, se dijo a la vez que un segundo trueno daba inicio a una fina lluvia.
Se levantó un instante para ver si el hombre todavía estaba allí fuera, a la intemperie. Efectivamente, seguía de pie en la parada. Su maquillaje amenazaba con deshacerse si el bus no llegaba pronto. Turbada por esta imagen, volvió al ordenador dispuesta a limpiar su agenda de falsos amigos. Empezó bloqueando a Jenny, que, absurdamente, aún formaba parte de sus contactos. Luego se deshizo de todos aquellos a quienes no conocía personalmente.
Cuando el número de contactos quedó reducido a cincuenta, Mariana se dijo que tampoco todos ellos podían llamarse amigos. ¿Cuántos ponían “me gusta” a sus post? Siempre los mismos diez o doce. El resto era como si no existiera. Decidió eliminarlos sin piedad. Luego fue al muro de su mejor amiga. En su último post, aparecía abrazada a Jenny, bailando en la fiesta donde ella no había sido invitada.
Estaba a punto de bloquearla también cuando oyó que se desataba definitivamente la tormenta. Corrió hasta la ventana para comprobar si el payaso seguía allí. Al verle empapado bajo la tormenta, se olvidó por un momento de su limpieza de amigos y decidió bajar con un paraguas. Se dio cuenta, entonces, de que era muy joven. Como mucho un par de años mayor que ella. Tras ofrecerle el paraguas abierto, le preguntó:
—¿Qué haces a estas horas de la noche vestido así?
—Vengo de actuar en una cena de cumpleaños —contestó el chico— y vuelvo en autobús porque me pagan muy poco. Hoy, además, en el restaurante me han robado la bolsa con la ropa para cambiarme.
Mariana sintió lástima por aquel payaso mojado.
—¿Y no te gustaría dedicarte a otra cosa?—le preguntó—. Aún estás a tiempo de estudiar otro oficio.
—No hay mejor oficio que este —dijo el payaso llevándose la mano al corazón—. Creo que quien me ha robado la ropa para hacerme una mala pasada estaba en la fiesta, pero allí también he visto a varios reír hasta llorar. Quizá han tenido un día terrible y durante un rato les he ayudado a aligerar su carga, como un amigo inesperado.
—En este punto, él joven miró a la chica, dándose cuenta de que era solo una adolescente— ¿Y tú? ¿Qué haces despierta a estas horas?
—He visto que te estabas mojando y he bajado a traerte un paraguas. Eso es todo.
—Entonces eres como yo. Has bajado para ayudar a alguien que ni siquiera
conoces. Por la sola satisfacción de hacerlo, sin pedir nada a cambio.
Esta frase la hizo reflexionar sobre los sentimientos negativos que había albergado los días pasados. Cuando la silueta del autobús ya se perfilaba al fondo de la avenida, Mariana le tomó de la manga y le dijo:
—Tengo algo que preguntarte… ¿Has sentido a veces que das lo mejor de ti a alguien y que luego no te corresponde?
—Cada día, forma parte de mi oficio.
—No, porque he entendido que la generosidad no es un camino común de ida y vuelta.
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó ella.
—Lo bueno que das vuelve a ti, pero no siempre por parte de las personas que reciben tus favores. Esa es la magia de dar sin esperar nada a cambio —dijo mientras el autobús ya frenaba frente a la parada—. El universo te premia a través de otros amigos, incluso a través de alguien que no te conoce.
—¿De verdad? ¿Te ha sucedido alguna vez?
El payaso besó a la chica en la frente y, antes de subir al autobús, le confesó:
—Sí, esta noche. Yo he dado lo que tenía en otra parte, y tú me has traído el paragua
La crónica de un atentado
Irma Flaquer es otra víctima de la represión de la historia guatemalteca. Su caso quedó en el limbo de las desapariciones: aunque se intuye su destino (tortura, humillación y asesinato), nada se sabe con certeza. Sin embargo, no todo muere con la muerte y lo que se ha dicho sobre ella, su vida y trabajo, extiende su fatal combate contra el silencio.
Por defender sus opiniones e indagar en las eternas causas de la problemática social de su país, Flaquer sufrió una serie de atentados directos. A raíz de estos surge una serie de relatos de tinte autobiográfico que viene precedida de una dedicatoria sorpresiva: a su asesino, a su frustrado asesino. Quedan en estas páginas del libro A las 12:15 el sol, el testimonio de un cercano encuentro con la muerte y, por lo tanto, una renovada visión de la vida.
El libro está a la venta en la Tipografía Nacional (18 calle 6-72, zona 1) a 18 quetzales. Es parte de la colección Literatura.