Madrid, EFE
Distanciado del sosiego y la templanza habitual, con la mirada caída y el semblante de resignación, Rafael Nadal hacía pública su realidad, la de la cuenta atrás en su carrera y el desvío a un lado, al margen del relumbrón de las pistas y lejos de la condición de protagonista en la competición.
Nunca con tanta claridad había expresado hasta ahora el mallorquín el final de algo. “Es mi último año en Madrid”, dijo. Lo que se preveía como una comparecencia al uso, el día antes de su puesta en escena, por vigésima ocasión, en la Caja Mágica, como un cumplimiento de una rutina, de un trámite normal de un torneo, se transformó en una exposición solemne en la que advirtió que el final llegaba y que todo puede ocurrir.
El Nadal más decaído asomó en Madrid horas antes de echar a andar en la arcilla de la Caja Mágica contra el joven estadounidense Darwin Blanch, de 16 años. No dio relevancia al duelo el ganador de 22 Grand Slam que ensombreció con dudas el panorama de los próximos meses. Ni siquiera aseguró Roland Garros. “No se acaba el mundo en Roland Garros”, aunque sí mostró cierto anhelo por la anticipación de los Juegos Olímpicos. “Hay varios formatos para competir”, resaltó.
Dio la sensación de que el espíritu, la motivación y la fe que siempre lo empujaron en la pista, que convirtieron en posible lo inimaginable, han empezado a tener fecha de caducidad.
“Ha pasado tantas veces que he tenido lesiones importantes y he vuelto que la gente mantiene la esperanza de que todo se solucione y siga hacia adelante. Yo siempre he sido una persona positiva pero llega un momento que es lo que hay”, manifestó.