Texto: Amalia González Manjavacas /EFE
Fotos: Mario León y EFE
Si Cien años de soledad fue una de las obras más reconocidas (y queridas) de su producción literaria, tal vez quiso el destino que el escritor colombiano falleciera el 17 de abril de 2014. Fue un Jueves Santo, el mismo día que murió Úrsula Iguarán, uno de los personajes de ficción claves de esta novela e inspirada en su abuela materna.
Novelista, claro, preciso, contundente, que escribe con sencillez, transparencia y ritmo casi poético, también con la naturalidad de ese periodista que fue, “mi gran vocación y única, fue el periodismo” (según confesaba él mismo); publicó una larga lista de títulos como El general en su laberinto, El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios, Noticia de un secuestro o Vivir para contarla, libro a modo de memorias donde se identifican todos los personajes, temas y lugares de sus novelas.
Desde su abuela Tranquilina, preocupada siempre del cheque de la jubilación que le tocaba al abuelo y que nunca le llegó, y su abuelo, El coronel no tiene quien le escriba. Por eso llegó a decir que no había escrito nunca una línea que no saliera de la realidad.
García Márquez, conocido como Gabo dejó ver el mundo, su realidad, de una manera diferente. El conocido mundo de los dictadores, por ejemplo, con un foco distinto, donde los dictadores viejos, con poder o ya sin él, padecen enfermedades y son vulnerables, envejecen y lo único que esperan es tener un cheque en la mano a final de mes para sobrellevar la vejez, esa que nos reduce a todos.
Han pasado ya 20 años desde que se publicó la última novela en vida, Memoria de mis putas tristes, donde trasforma un tema sórdido y odiado (un viejo vividor y mujeriego que se enamora de una adolescente, una virgen) en algo más tierno; nuevamente, puro realismo mágico.
El viejo llora la juventud perdida, la soledad y el olvido del ahora, su vida desperdiciada sin conocer el verdadero amor, realidad que ya anciano cambia gracias a la niña, por la que se redime.
Es esa la belleza del libro, como la inocencia tiene el poder de transformar al anciano lujurioso en una especie de caballero defensor de ideales imposibles.
Sin embargo, el legado del autor original de Aracataca, Colombia, no terminó ahí. Tras revisar una novela que García Márquez desechó quizás por estar ya con alzhéimer la familia consideró que los borradores contenían la esencia del escritor cautivador.
Y finalmente se editó para su publicación como novela póstuma En agosto nos vemos, el libro que no terminó pero tampoco destruyó.
“Como escritor, seguramente no hubiera querido que se lo publicaran porque era muy exigente, y tardaba en dar el visto bueno, pero también era algo en lo que él trabajó muchos años, demasiados para que no viera la luz, quizás porque como fue sufriendo el proceso del alzhéimer, trabajó varias versiones y la última vez que lo leyó pensó que no tenía sentido, quizás porque ya había perdido facultades.
Por otra parte, también sabemos que él entendería nuestras razones para publicarlo, siendo él quien era, una novela donde una mujer era la protagonista, sus lectores se merecen esta obra a juicio de quienes la han leído y valorado”, opina su hijo Rodrigo García Barcha.
Este ya se encuentra a la venta en librerías del país.
Ha pasado a la historia por ser el padre de eso que se dio en llamar realismo mágico, y único colombiano de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1982, el escritor universal al que toda la humanidad confiesa haber leído con placer.