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Fragmentadas por grupos extremistas y amenazadas por la continua emigración de sus miembros, las comunidades cristianas de Tierra Santa sufren reducción de fieles, sacerdotes e incluso de jerarcas.
Las iglesias no ocultan su temor a que la cristiandad aquí quede reducida a los lugares sagrados como el Santo Sepulcro o la Basílica de La Natividad, vacíos y sin vida, solo para disfrute de peregrinos y turistas.
“La Iglesia como institución permanecerá; el problema es la situación de las comunidades locales. ¿Qué haremos aquí sin fieles, solo recibiendo peregrinos?”, se pregunta el patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, nombrado por el Papa y representante de los católicos.
Entre Israel y Palestina, los cristianos locales rondan las 180 mil, poco más del 1 por ciento de la población de ambos territorios, cuando en 1967 eran el 12 por ciento, y más del 25 por ciento en 1948.
Como palestinos, los cristianos que viven en Tierra Santa sufren violencia, alto desempleo y falta de oportunidades, y el ser minoría los hace aún más vulnerables.
“El tiempo nos corre en contra. Podemos desaparecer en una o dos generaciones de la tierra de Cristo. El 80 por ciento de los jóvenes árabes cristianos quiere emigrar y nuestra natalidad es más baja”, resume Samier Qumsieh, palestino cristiano de Beit Sahur y director de Mahd TV, el único canal cristiano de Cisjordania.
Su amigo Burhan Jarayseh, de 82 años, opina lo mismo y dice estar en contra de la emigración porque condena a la desaparición a los cristianos palestinos, aunque ni siquiera ha podido convencer a su prole de quedarse en Beit Sahur: la mayoría de sus hijos y nietos vive en
EE. UU. y Alemania, en busca de una vida mejor.